Ni siquiera Cantinflas

Nunca El Quijote ni Cien años de soledad necesitaron traducción. Las tiras de Mafalda y el humor de Les Luthiers circulan sin peajes entre los 555 millones de hablantes del español. Los 7.000 kilómetros que separaban al chileno Pablo Neruda de un lector mexicano o los 8.000 que median entre la Colombia de Fernando Vallejo y sus seguidores españoles no impidieron jamás la comprensión de sus obras. Y quienes durante los últimos decenios disfrutaban de esos poemas y esas novelas en los aviones o en los trenes no solían llevar un diccionario en el equipaje de mano para consultarlo en caso de apuro, ni nadie lo acarreó hasta el banco del parque donde el aire suave ayudaba a pasar las páginas.

El contexto y la fuerza analógica del idioma resuelven las dudas.

Del mismo modo, cientos de películas habladas en español se han entendido sin dificultad excesiva en países hispanos muy alejados entre sí. Ni siquiera los enrevesados monólogos de Cantinflas necesitaron subtítulos.

Eso se debe al enorme caudal de léxico ajeno que se conoce aunque no se use; y a la gran capacidad del contexto para rellenar el significado vacío de un vocablo.

El investigador mexicano Raúl Ávila elaboró en 1994 un estudio sobre 430.000 palabras pronunciadas en la radio y la televisión de su país y concluyó que el 98,4% de ellas pertenecían al español general. El hecho diferencial se quedaba en un 1,6%.

También comprobó que el doblaje de la película estadounidense La chaqueta metálica hecho en México habría servido perfectamente en España si nos atenemos al vocabulario (otra cosa sería el acento). Por tanto, solamente habría necesitado un trabajo de subtitulación, y no dos.

En el año 2000, Juan Miguel Lope Blanch, filólogo español nacionalizado mexicano, analizó un corpus de 133.000 vocablos de Madrid correspondientes a la norma culta, y verificó que el 99,9% de los términos coincidía con el vocabulario común en México.

En una tesis doctoral defendida en 2015 ante la Universidad de Nueva York, la filóloga neoyorquina de padres dominicanos Luana Ferreira comparó las diferencias del léxico entre varios periódicos de América y llegó a la conclusión de que las palabras ajenas al español general suponían menos del 1%.

Los estudios sobre diferencias léxicas suelen situar los porcentajes comunes por encima del 90%. Y las variaciones se dan en función del registro (ya sea más formal o más coloquial) que hayan empleado los interlocutores: las palabras incomprensibles aumentan si se trata de conversaciones que forman parte del ámbito familiar, regional, vulgar o jergal.

La película Roma se mueve más en un registro popular, desde luego, pero la cuestión es si el mínimo porcentaje de incomprensión que se produce al seguir los diálogos de los actores justifica recibir dos veces durante toda la proyección el mismo mensaje perfectamente entendible y con dos maneras distintas de expresarlo.

En efecto, los subtítulos de esa película traducen con frecuencia expresiones que no forman parte de la lengua activa de un español pero sí de su conocimiento pasivo. Así, pueden resultar raras las aclaraciones sobre “boleto” (billete), “se ha enojado” (se ha enfadado), “estar de encargo” (estar embarazada) o “¿me va a correr?” (¿me va a despedir?), entre otros muchos ejemplos. El contexto aclarará muy bien esos significados a quien no los conozca, salvo alguna rara excepción.

En cualquier caso, el éxito de esta obra mexicana puede servir para que se refuerce entre los españoles el conocimiento de las variedades del español de América. Y en eso, sin duda, quienes vieron de niños las películas del gran Cantinflas o disfrutaron de El Chavo del Ocho llevan mucho adelantado.