Alfonso Cuarón: “En México existe un profundo racismo, pero las cosas están cambiando”
Alejandro Vázquez es experto en efectos especiales y conoce a Alfonso Cuarón desde hace al menos 30 años. Esta tarde hace frío en Roma, un barrio de México D.F., y Alejandro debe enseñar un falso granizo de verano al director. Este coloca las luces de escena y se acomoda en el ‘set’, en la planta baja de una cabaña, para observar el efecto a través de una ventana. El experimento dura unos minutos, y pronto el patio queda cubierto de granizo sintético. Alfonso sale, recoge un puñado del suelo y discute con Alejandro sobre las dimensiones del granizo en el México de principios de los setenta. Debaten sobre cómo rebota sobre el suelo y sobre tipos de lluvia (¿subtropical?, ¿caribeña?). Parece un juego entre ellos, una comedia ensayada mil veces. Pero no. El productor Nicola Celis irrumpe en la escena. Hay que encargar un tipo de granizo que rebote de otro modo. Fin de la discusión.
Una obra de arte no es más que una espasmódica y obsesiva atención al detalle. Millones de detalles unidos los unos a los otros crean obras maestras. Alfonso Cuarón (Ciudad de México, 1961) presta al detalle la misma atención que Roger Federer a su golpe de derecha. Puede que usted sea forofo de Rafa Nadal, pero hay valores absolutos que no se discuten.
«Lo que prevalece es un amor profundo por mi país, por la ciudad que me ha formado creativamente y que hoy está llena de una exuberancia contagiosa»
Roma, el barrio, es también el título de la película que Cuarónya se ha estrenado, cinco años después de Gravity, que le valió dos Oscar (mejor director y mejor montaje). Para Cuarón, Roma no es tanto una película como una profunda sesión de meditación: sobre sus orígenes, su país y sobre sí mismo. Tras triunfar con Sandra Bullock y George Clooney en Gravity, todos pensaban que le bastaría pulsar un botón para pasar del espacio exterior al hiperespacio hollywoodiense.
Sin embargo, se ha dedicado en cuerpo y alma a un proyecto de bajo presupuesto, una exploración íntima que le ha llevado hasta el México de su infancia. Para ello, ha buscado los mismos juguetes originales, el mobiliario idéntico al que amueblaba la casa en la que vivió de niño, los colores, los olores. Lo ha reproducido todo de forma obsesiva, lo ha preparado todo para crear el decorado de una película interior. Y funciona, también en esto, calculando cada mínimo detalle.
Cuarón ha rodado en blanco y negro, en 70 mm, y sus protagonistas son actores encontrados en la calle. La narración recorre la historia de una familia de clase media, mientras al fondo se agitan los espectros de la masacre de Corpus Christi, cuando los soldados del ejército mexicano dispararon contra un grupo de manifestantes y mataron a 120, entre ellos varios adolescentes.
Después de años emigrado en Estados Unidos, Inglaterra e Italia, decidió volver a vivir un año entero en su Distrito Federal. ¿Qué se encontró? Encontré una ciudad transformada, pero que ha sabido mantener su identidad, y eso me parece sorprendente y absolutamente fascinante. Redescubrir poco a poco los rincones de mi juventud sin dejar de encontrar motivos de satisfacción ha sido muy intenso y agradable. Es verdad que algunas zonas han cedido a la gentrificación, pero menos de lo que se cree. El valor más fuerte es la fuerza de los jóvenes, el universo creativo que se respira, el contraste entre la corrupción del sistema de gobierno y el entusiasmo de las nuevas generaciones. En Ciudad de México se palpa el sentido de lo posible, que es la cualidad más valiosa para una gran comunidad. Y no es teoría pura. En las semanas posteriores a la tragedia del terremoto, este contraste quedó de relieve. Ante el fracaso de la asistencia del Estado, la gente se movilizó para cambiar las cosas y ayudar a quien lo necesitara. Es un gran signo de vitalidad. Los jóvenes mantienen viva la esperanza de miles de mexicanos que lo han perdido todo.
Habla de Ciudad de México como un lugar ideal. Y sin embargo la percepción desde fuera es generalmente más negativa. No, no estoy diciendo que Ciudad de México sea un paraíso. Hay problemas y muchas contradicciones, y duele reconocerlo. Pero no puede negarse que las cosas están cambiando. México no es Ciudad de México, hay muchos Méxicos distintos entre sí. Y existe, por ejemplo, un profundo racismo que separa a las clases dominantes de las más humildes, que están tristemente integradas por las etnias más marginales. Al mismo tiempo, si profundizas un poco, descubres que el Distrito Federal es uno de los primeros lugares del mundo en aprobar el matrimonio gay, en 2009. Pero los medios hablan de otras cosas.
Efectivamente, a nivel mediático, para muchos México es igual a narcotráfico. Y los informativos parecen un thriller. La historia de los narcos es real, pero solo es una historia. México es mucho más. Sin embargo, los medios quieren películas con tiroteos y persecuciones automovilísticas. En cuanto cambia la situación, buscan el thriller en otra parte. Fíjate en el terremoto: meses después, la situación sigue siendo igual de trágica, pero solo lo saben los que viven dentro del problema. Las cámaras de televisión se fueron hace tiempo. Persiguen las emociones fuertes, no los hechos.
¿Cómo le ha transformado la experiencia de pasar un año en Ciudad de México? Llevaba fuera desde 1992, tengo 56 años y ha sido como ponerme frente a un espejo y reconocer cosas de mí que tal vez había olvidado. Y no todas son agradables. Hay aspectos de mi cultura de los que quiero liberarme. Al final, sin embargo, lo que prevalece es el amor profundo por mi país, por la ciudad que me ha formado desde el punto de vista creativo y que hoy está llena de una exuberancia contagiosa. La posibilidad de recrear un ambiente idéntico a aquel en el que me crié en Roma es uno de los privilegios del cine. Es una experiencia realmente fuerte. Quizás comprenda su sentido profundo más adelante.
El autor de la entrevista, Ricardo Romani, es escritor y documentalista. Su último documental, de 2017, se llama ‘Hands of God’
Entrevista originalmente publicada en el número de enero de 2018 de ICON.
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