Diego Luna (Ciudad de México, 38 años) no se calla. Cuando se anunció que sería el criminal protagonista de Narcos: México, serie remozada que lanza este viernes Netflix, algunos en su país tildaron de hipócrita la decisión de interpretar al narco mientras en la calle criticaba el alcance de la Ley de Seguridad Interior. Quizás era el precio por opinar, por utilizar su fama para mojarse sobre la política de su país. Pero eso no lo calla. Ni mucho menos. Defiende con pasión meditada cada una de sus elecciones, dando tiempo a cada respuesta en una entrevista en Bilbao, donde presentó recientemente la serie. Porque Luna, que lleva en los focos desde los 10 años, está hecho a este entorno, lo que le da la tablas hoy incluso para quejarse cuando una responsable de Netflix advierte que se han pasado los 10 minutos habituales en este tipo de entrevistas en promoción: «Un poco más, que es el periódico que compro. Hazme dos preguntas en una», espeta al periodista con ese acento reconocible tanto en español (Y tu mamá también, Diarios de motocicleta) como inglés (La terminal o Star Wars: Rogue One, cuyo personaje ahora va a tener serie propia en la plataforma Disney+).
Pregunta. Aunque era un niño, ¿qué recuerda de la época de Narcos, al comienzo de la red de narcotráfico?
Respuesta.El caso del agente de la DEA Kiki Camarena cambió el ánimo. Recuerdo bien la sensación. Una violencia que parecía contenida y muy localizada se desató y cambió México, y su relación de EE UU, para siempre. Lo recuerdo desde la perspectiva de un niño, pero fue interesante investigar y reconstruir el contexto. Me hizo recordar un México que ya no es, con la libertad que tenía de chico y que mis hijos no disfrutan. Me dio nostalgia recrear 1985 y darme cuenta de lo poquito que sabía que pasaba.
La historia real de ‘Narcos: México’
- Uno de los condenados por matar a golpes a ‘Kiki’ Camarena sale de prisión
- El mítico capo mexicano ‘Don Neto’ cumplirá su condena en casa
- El asesinato de un agente norteamericano en Mexico mueve a EE UU a reforzar la lucha antidroga
- Un juez ordena indemnizar a la familia del agente de la DEA asesinado en México en 1985
- La DEA, la Inquisición y el «caso Camarena’
P. Su personaje, Miguel Ángel Félix Gallardo, fundador del cártel de Guadalajara, sigue siendo un desconocido. No es un Pablo Escobar (que mantiene su presencia en la serie).
R. Es opuesto a Escobar. El tipo entendía el valor de la discreción. Era un empresario, no el lugar común del narcotraficante extravagante. Este cuate tenía algo muy claro, iba un paso adelante y logró lo que nadie creía posible: sentar a la mesa a todos, crear un sistema. Una cosa de la serie que me parece importante es que muestra que hasta él trabajaba para otros. Nos hicieron creer que eran buenos y malos, policías y ladrones, y aquí es un sistema del que participaban todas las esferas de poder.
P. ¿Y la política?
R. Es fundamental. Policías, militares… y el poder al otro lado de la frontera. Esto no se podría montar sin coordinación. Crecí en la larga época en la que el PRI nos tenía sedados. Creía que los malos de la historia eran unos. Cuando el PRI aceptó que perdió una elección, se vino abajo un sistema, pero muchos decían que al menos ellos podían negociar. Con este personaje me doy cuenta de que nos hicieron creer que el Gobierno era víctima. Ellos decían que negociaban. Pero no, se sentaban a planear y armar un negocio que les pertenecía. El gran negocio del poder en México estaba relacionado con las drogas.
P. La línea roja entre dar a conocer estas historias y convertirlos en iconos pop es pequeña. ¿Puede ser peligroso?
R. Respondo por la que yo hice. A mí no me parece que se glorifique. Muestra un mundo oscurísimo al que no quiero pertenecer. Pero ese perfil siempre interesa. Los personajes dispuestos a cruzar una línea que tú y yo no cruzaremos nunca. Mientras no se les retrate con el arco de un héroe, estás haciéndolo bien. Humanizamos el trayecto de Félix, porque es importante que no tenga una dimensión, que solo sea malvado. Le mueve lo mismo que a todos: amor, dolor, rencor, celos, amistad, libertad… Incluso se cuestiona su negocio. Pero invitar al público a participar, no. Es terrorífico.
P. Ante las críticas de aceptar el papel, dijo que no debemos olvidarnos de estas historias…
R. Debemos comprender de dónde vienen los niveles de violencia que vivimos, la tensa relación con EE UU… Y tenemos que mirar nuestro pasado. No digo que Narcos sea la forma, pero ojalá despierte una curiosidad. Pero lo más importante es que lo escuchen fuera, que se pregunten qué tiene que pasar para que la cocaína llegue a sus fiestas y qué hay detrás: explotación, violencia, dolor, pérdida… y en México preguntarnos cómo un país a ese nivel de riqueza obliga a tantos a tomar ese camino. Tenemos a uno de los hombres más ricos del mundo, Carlos Slim, y también tantas carencias que parte de la población está dispuesta a participar en este mundo para subsistir, o cruzar la frontera y arriesgar la vida. La desigualdad es brutal.
P. ¿Utiliza Narcos la historia para hablar de problemas actuales?
R. Habla de abandonar la retórica del blanco y negro, muy presente hoy. Tenemos Brasil con Bolsonaro o Estados Unidos, con Trump enviando 5.000 efectivos a cuidar la frontera por una caravana migrante de familias huyendo de la violencia. Algo que es un problema humano, EE UU y México lo tratan como uno de seguridad. Tenemos que dejar esa retórica de conmigo o contra mí y valorar los matices. El malo es mi personaje, pero es importante reparar en que los criminales también están en la calle de traje, con posiciones de poder, sentándose en las cámaras, tomando decisiones… Nos han obligado a ver la historia de una forma y tiene muchas aristas que ignoramos. No hacemos un documental, es una ficción, pero empuja un debate. Aunque creo que hay proyectos que confunden la discusión, este no es uno de ellos. Si no, no me habría involucrado. Si critican, que la vean y discutimos.