“Hay que parafrasear a la reina Isabel para describir lo que le ha pasado a América Latina, y decir que 2018 ha sido un annus horribilis para la región”, asegura la chilena Marta Lagos, directora de Latinobarómetro, un prestigioso sondeo que desde hace 23 años registra las percepciones políticas de la población en 18 países. Los resultados de este año, presentados hoy en Buenos Aires, confirman que los latinoamericanos están como nunca antes insatisfechos con la salud de sus democracias y se inclinan cada vez más hacia modelos autoritarios. Si el estudio hablaba hasta 2017 de “diabetes democrática”, como una enfermedad invisible que termina por matar al enfermo desatendido, una bajada generalizada de todos los indicadores ha encendido alarmas más estridentes. El respaldo ha caído en 2018 hasta el 48%, cinco puntos menos que el año anterior. En 2010, el índice de apoyo democrático alcanzó su valor más alto con el 61%, pero desde entonces los gráficos muestran una curva descendente, no abrupta pero si constante.
La erosión de la democracia no es fácil de cuantificar. Lagos lamenta que no pueda utilizarse un índice que advierta con claridad cuando se está en peligro de muerte, como sí sucede con los números que denotan una recesión económica, por ejemplo. El Latinobarómetro traza entonces un mapa de entradas múltiples, donde lo que vale es la percepción de las personas sobre aquello que pasa en el mundo. “Este informe muestra altos niveles de ‘presión’ en varias democracias de la región que deberían servir de voz de alarma para que no aumenten los países no democráticos de la región. No se trata de revoluciones o de grandes acontecimientos sociales, sino más bien de la suma de hechos significativos que van conformando un cuadro muy nítido. Sin militares, sin armas, es más difícil reconocer la pérdida de democracia”, advierte Lagos.
Los peligros silenciosos que enfrentan las democracias se perciben con evidente crudeza en Venezuela o Nicaragua, pero también se debe estar atento a Brasil, donde 50 millones de personas le han dado su voto a Jair Bolsonaro, un candidato que no oculta su preferencia por la dictadura. Lagos aclara que “no hay una demanda autoritaria”, como puede parecer si se hace una lectura apresurada de los resultados electorales en Brasil, sino un pedido de soluciones. “Los datos generales justifican lo de Brasil. Es un país donde está en crisis todo el sistema, no sólo la economía y la campaña, sin embargo, se basó sólo en personas: Lula da Silva y Bolsonaro. Pero cuidado, porque los que votaron a Bolsonaro tienen expectativas y la presión sobre él será enorme”, dice Lagos. Se trata, en el fondo, de una demanda política, protagonizada por aquellos que desde la oscuridad del túnel no ven la luz al final.
El estudio identificó que la reacción de aquellos que no se sienten dentro del sistema optan, entonces, por la indiferencia. Si este fue el “annus horribilis” no fue sólo por la progresiva falta de respaldo a la democracia. Por primera vez desde que se realiza la encuesta, el 28% de los consultados se declaró indiferente frente a la preferencia por una forma de gobierno. “Prácticamente seis de cada diez personas consultadas señalaron que no votarían por un partido político, lo cual es una señal de debilidad de la democracia, que requiere de partidos políticos que representen las demandas de la población. Sin partidos, las democracias no funcionan”, dice Lagos. La indiferencia se acentúa en los jóvenes de entre los 16 años y 26 años, otra señal de alarmas por sus consecuencias futuras. Son las personas que nacieron en democracia y no conocieron las penurias de los años de dictadura. La percepción de progreso de país también está por los suelos: -8, según el valor neto que surge de combinar las variables positivas y negativas.
Lo cierto es que los beneficios de la democracia no calan entre la mayor parte de los latinoamericanos, pese a que hoy están mejor que hace 40 años. Sucede que “hay más demandas. Hay algunos que llegaron más arriba y otros que quieren llegar. El escenario se abre entonces a experimentos que no siempre cumplen del todo con las normas de la democracia”, explica Lagos. “El problema de la región son los países que están con importantes grados de peligro de dejar de ser democráticos. No bajo la forma de los clásicos golpes de estado, en los que en pocas horas los militares tomaban el poder por la fuerza de las armas, sino desde los personalismos presidenciales que minan la autonomía de los distintos poderes del estado y quedan con todo el poder”, dice Lagos. Se trata de una enfermedad que crece como un rizoma, mientras los ciudadanos miran para otro lado.