Un año de la puñalada que sacudió el rumbo de la política brasileña

Estaba cayendo la tarde del 6 de septiembre del año pasado cuando empezaron a llegar masivamente vídeos y fotografías a los más variados grupos de WhatsApp. Contenían, desde los más diversos ángulos, la noticia de que el entonces candidato Jair Bolsonaro había sido apuñalado en pleno acto de campaña en la ciudad Juiz de Fora, Estado de Minas Gerais. Las imágenes registradas por los simpatizantes, y divulgadas hasta la saciedad, eran simbólicas: entre cánticos de «mito», el hombre que se presentaba como alternativa el antipetismo y contra el sistema de la «vieja política» era alcanzado en el abdomen llevando puesta una camiseta amarilla que decía: «Mi partido es Brasil». Pero la ausencia de sangre explícita no dejaba clara la gravedad de la situación.

El hijo del entonces presidenciable, Flávio Bolsonaro, llegó a comentar durante las primeras horas que se trataba de una lesión leve. No lo fue. Jair Bolsonaro sobrevivió gracias a la rápida atención que recibió en la Santa Casa de Juiz de Fora, donde llegó con una grave hemorragia interna y tuvo que ser operado de urgencia. Fue sometido a una cirugía exploratoria que identificó una perforación en los intestinos grueso y delgado. Desde entonces, ha tenido que pasar por quirófano dos veces más: primero, para corregir complicaciones en las reparaciones realizadas en la operación de emergencia y, después, para la retirada de una bolsa de colostomía que tuvo que llevar varios meses. Este domingo —un año después del incidente—, tendrá que enfrentarse a una nueva intervención, de cirugía media, para corregir una hernia incisional provocada por las otras operaciones a las que fue sometido como consecuencia del atentado. La previsión es que permanezca ingresado 10 días para recuperarse, pero el presidente solo estará de baja de su cargo durante los tres primeros.

El delito fue cometido por Adélio Bispo de Oliveira, a quien, meses después de haberle clavado un cuchillo en el abdomen al presidente, la Justicia lo consideró inimputable por sus problemas psicológicos. Según las pesquisas, Adélio creía que Bolsonaro formaba parte de una conspiración masónica que incluía «el exterminio de los militantes de los partidos de izquierdas y minorías» y que Dios lo había escogido a él para salvar al país. El atentado, cometido bajo un clima de gran polarización e intolerancia, sacudió el rumbo de la política brasileña. “Esa puñalada no me hizo ganar las elecciones. Ya las tenía ganadas. Querían acabar con una candidatura”, declaró Bolsonaro en una entrevista concedida al comienzo de la semana para separar su triunfo del ataque.

Para los politólogos, asociar la victoria del presidente con el apuñalamiento, es, de hecho, difícil de analizar. Por aquel entonces, Bolsonaro ya lideraba los sondeos electorales realizados por institutos como Ibope y Datafolha. Asimismo, se respiraba un clima de incertidumbre sobre quién sería su principal adversario, habida cuenta de que el Partido de los Trabajadores (PT) seguía insistiendo en mantener la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva. Pero los sondeos, a la sazón, no podían divulgar resultados con el nombre del expresidente, preso en Curitiba, cuya candidatura estaba sub iudice. El PT no confirmó el nombre de Fernando Haddad como presidenciable hasta pasados cinco días de la puñalada. Y los demás candidatos como Ciro Gomes, Marina Silva y Geraldo Alckmin estaban muy por detrás del entonces candidato del PSL (Partido Social Liberal) en los sondeos.

Aun así, el atentado que casi le costó la vida de Jair Bolsonaro marcó la pauta de la campaña electoral más polarizada de la historia reciente de Brasil. La grave lesión —que le perforó tanto el intestino grueso como el delgado— empujó al entonces candidato del PSL a hacer política donde le parecía más cómodo: las redes sociales. Bolsonaro no participó en ninguno de los debates con sus oponentes en la carrera presidencial. «La puñalada tuvo un efecto en las elecciones en el siguiente sentido: le dio a Bolsonaro una buena excusa para apenas participar en el debate político. No era normal esperar que un tipo apuñalado compareciese en los debates televisivos. Y él no quería ir, hablar no es su fuerte», analiza el politólogo Sérgio Praça, de la Fundación Getúlio Vargas. En Internet, Bolsonaro siguió activo, reflejando posiciones que se enfocaban en la lucha contra la corrupción, contra el petismo y contra lo que llama ideología de género. Incluso después de ganar las elecciones, hizo de las herramientas digitales su principal estrategia de comunicación, con vídeos en directo semanales e incluso tuits de su día a día en los momentos de recuperación durante sus estancias en el hospital.

La conmoción alrededor del estado de salud del entonces presidenciable fue latente durante el periodo electoral. Cuando fue trasladado de São Paulo, sus partidarios improvisaron vigilias durante varios días en la entrada del Hospital Albert Einstein, donde estaba ingresado. Hicieron un gran muñeco hinchable en su homenaje y difundieron contenidos en tiempo real por las redes, terreno que Bolsonaro ya dominaba y en el que se expandía. William Vela Nozaki, profesor de ciencias políticas de la Fundación Escuela de Sociología y Política de São Paulo, considera que el apuñalamiento fue clave en las elecciones al menos por tres motivos: para que Bolsonaro tuviese más visibilidad nacional, ya que su candidatura no disponía de mucho tiempo de televisión; para que pudiese aparecer como un mártir, minimizando así sus lagunas programáticas y polémicas ideológicas; y para que la estrategia de comunicación de la campaña pudiese, definitivamente, migrar de los vehículos tradicionales a las redes sociales.

«El atentado permitió que la imagen de Bolsonaro apareciese virtualmente sin que su figura pudiese aparecer concretamente, y ese elemento es clave en la construcción de la persona de quien pretende venderse como mito», analiza Nozaki. Para él, el atentado acabó sirviendo para que la base orgánica del bolsonarismo se mantuviera más compacta y movilizada.

Incluso después de ganar las elecciones, el atentado siguió presente en los discursos políticos y fomentó una serie de relatos conspiratorios. Por un lado, militantes de izquierdas argumentaban que la puñalada habría sido montaje, una opción descartada por los propios documentos que constan en los autos del delito. Por otra, el propio Bolsonaro defendía vehementemente la tesis de que Adélio, exafiliado de la formación de izquierdas Partido Socialismo y Libertad (PSOL), no sería más que un instrumento de un presunto intento de asesinato planeado por opositores políticos. Llegó a enfadarse con las investigaciones del atentado e incluso acusó a la Policía Federal de intentar «silenciar el caso». Esta semana, en la que se cumple un año del suceso, el presidente volvió a quejarse de lo que considera una falta de atención del organismo con su caso. «Hace mucho tiempo que espero que la Policía Federal llegue hasta el final», afirmó.

En febrero de este año, la Policía Federal indicó que Adélio Bispo habría actuado en solitario. Los informes médicos confirman el diagnóstico del autor de la puñalada con trastorno delirante persistente. Por eso, el juez Bruno Savino, del Juzgado nº 3 de la Justicia Federal de Juiz de Fora, lo consideró inimputable y determinó que permaneciera internado en el presidio durante un periodo mínimo de tres años, cuando pasará por un nuevo examen psiquiátrico. Aunque afirmara que iría hasta las últimas consecuencias para que Adélio fuese condenado, Bolsonaro no recurrió. «Lo juzgarían, le caería una condena por intento de homicidio, y en uno o dos años igual ya estaba en la calle. Como no he recurrido, ahora será un loco hasta que se muera, se quedará en el manicomio judicial como si fuera una cadena perpetua”, justificó. Adélio se encuentra en una celda individual de una cárcel en Campo Grande, con vigilancia permanente. En una carta a su familia, divulgada por el periódico Folha de S.Paulo, afirma que el penal en el que está «lo diseñó la masonería» y, allí, asegura, «el satanismo masónico es terrible». Debido a problemas económicos, su familia, que vive en otro Estado, no puede visitarlo.