Este es el kilómetro 199 punto 800, dice el teniente Armenta. Se refiere al suelo que pisa, un campo sin cultivar, más seco que la piel de sus botas, un castigo hecho de tierra y hierba amarillenta. Aquí, cuenta, «había mucha incidencia de tomas clandestinas». Por eso estamos en este lugar, dice, para disuadir a los ladrones. Dos enormes camiones verde olivo recortan el cielo a su espalda. Son las mobil home, tráileres adaptados como viviendas, con sus camas, sus baños y sus cocinas. Un campamento del ejército sobre los ductos de Pemex. Ante la persistencia de los ladrones de combustible en esta zona del centro de México, los militares han decidido acampar encima. Por lo que cuentan, es la única forma de evitar el robo.
Vanguardia de la estrategia del Gobierno mexicano contra el huachicol, el Ejército ha llegado en tromba a los ductos. Si hace dos años fue Puebla, al sur de Ciudad de México, ahora es Guanajuato, varios cientos de kilómetros al norte. De enero a octubre del año pasado, Pemex detectó 1.547 tomas clandestinas solo en Guanajuato. A excepción de Puebla, con 1.815, en ningún otro estado ubicaron más que aquí.
Una miríada de militares custodian el «derecho de vía», la tierra que cubre las tuberías. El general Bernardo Ramírez, jefe del Ejército en Guanajuato, calcula que son 2.100. Como si jugaran al gato y al ratón, la soldadesca busca y busca, tratando de descubrir válvulas en el ducto, mangueras, depósitos. A la mínima que se descuidan, los ladrones contraatacan.
El teniente Juan Antonio Armenta, un hombre de unos 40 años, firme y robusto como el tronco de un fresno, camina unos metros hasta una de las esquinas del campo. Se detiene y señala de nuevo el suelo. Mira, dice, ahí había una toma. Pemex la clausuró hace poco, pero el teniente dice que justo allí, protegidos por la carretera y el río, los ladrones venían mucho. ¿Por qué ahí? «Porque nos costaba mucho llegar, había que dar mucha vuelta». Por la tierra, añade, que es arenosa, cuesta menos cavar. El ducto yace apenas a metro y medio de la superficie.
«A veces ellos traen sus excavadoras. Es admirable», dice Armenta, sin atisbo de ironía en la voz. «Sacan la tierra con la pala y luego la dejan como estaba». Y así, en cinco minutos, pueden sacar la tierra, colocar una válvula del tamaño de dos latas de refresco, conectarla a una manguera, enterrarlo todo y llevar la manguera a uno, dos, tres kilómetros, con salida a una bodega… Una perfecta instalación soterrada.
En sus conferencias de prensa matutinas, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, señala casi cada día que el robo cae. La presencia del ejército sobre el ducto en estados como Guanajuato, Hidalgo o Puebla ha ahuyentado a los ladrones. Pero, ¿por cuánto tiempo? El Gobierno plantea que no hay otra solución y presume de los resultados. De hecho, el goteo de medios por Hidalgo y Guanajuato estos días es constante. Mientras el teniente Armenta explica las peculiaridades de la toma junto al campamento, un helicóptero black hawk del Ejército sobrevuela el campo con varios fotógrafos a bordo.
López Obrador ha apostado su prestigio al plan antihuachicol. En sus últimos mìtines repite que ya se ha acabado el huachicol de arriba, en referencia a la corrupción. Ahora, dice, zanja, amenaza, también se acaba el huachicol de abajo. Para lograrlo, el presidente ha puesto en marcha un gran censo en todo el país, punto de inicio de su programa de apoyos a estudiantes, jóvenes desempleados, personas dependientes y ancianos. Con apoyos y trabajo, nadie tendrá que robar combustible. Esa es su idea.
En Guanajuato, mientras tanto, los militares siguen peinando decenas de caminos rurales, buscando pistas de dónde pueden haber pinchado el ducto. En la mañana de este lunes, un pelotón de soldados y una cuadrilla de trabajadores de Pemex aguardaban la llegada del general Ramírez y sus invitados para clausurar una toma clandestina.
Distante no más de un kilómetro de la carretera, desde lejos se veía una excavadora y lo que parecía un agujero en el suelo. De cerca se apreciaba perfectamente el boquete en el piso, de dos metros de profundidad y otros dos de ancho. Al fondo, el ducto, que mediría dos palmos. Y sobre el ducto, como una cajita plateada. «Esa es la válvula», explicaba un operario de Pemex. «Es hermética». Para clausurarla, otros dos trabajadores colocaron una urna de metal sobre la válvula y la soldaron al tubo. Luego la pintaron con esmalte y colocaron una tela encima. Por último, la excavadora echó la tierra. Junto a la tumba de la válvula se veía perfectamente otra urna, esta tapada ya con tela, sucia de tierra. ¿Qué es eso? «Ah, es otra toma. La tapamos el otro día», contestó el operario de Pemex. Estaba a dos palmos de la otra.
«Tenemos un problema de falta de efectivos»
Sin hacer demasiado esfuerzo, el teniente Armenta calcula que lleva diez días acampado encima del ducto. Bajo su mando, otros dos pelotones custodian tramos aledaños. Y así los cientos de kilómetros de tuberías que yacen en el subsuelo de Guanajuato.
El momento más complicado de su estancia aquí, cuenta, fue hace una semana, cuando marinos de la Armada ubicaron una bodega en Villagrán con combustible robado. A tres o cuatro kilómetros de aquí. Trataron de confiscarlo, pero vecinos y ladrones armaron barricadas en las entradas y salidas del poblado, amenazando incluso con palos y piedras a los marinos. Armenta y sus hombres, unos 30, llegaron en sus camionetas para ayudarles, pero entonces acudieron más huachicoleros o vecinos o de los dos. Con más palos y más piedras. Y cortaron más carreteras con llantas, balas de paja y algunos vehículos. «La gente, por instrucciones de ellos, pues viene de manera muy agresiva. Es difícil para la idiosincrasia del mexicano que le digan una grosería y no responderla», dice Armenta.
El actuar de los soldados ha sido todo un tema estos días en México. Después de la muerte de 109 personas en Tlahuelilpan, Hidalgo, por la explosión de un ducto perforado, muchos señalaron la responsabilidad del Ejército. Los soldados llegaron horas antes de la explosión, pero en vez de sacar a la gente del ducto, se retiraron. En su defensa, el Gobierno dijo que poco podían hacer 25 soldados contra 600 personas con ganas de llevarse un galón de gasolina gratis a casa. Este lunes, el general Ramírez, jefe militar en la zona, se reía de las críticas. «Si yo saco a los soldaditos del ducto y los mando a Tlahuelilpan, me van a agujerear en otro lado. Ellos ya saben dónde estamos y a dónde vamos. Y nosotros tenemos un problema de falta de efectivos».