James, saber jugar y saber vivir

Las apariciones.Ansu Fati, un niño de 16 años rápido, hábil y atrevido, apareció en la Liga y su ingenuidad despojó al fútbol de los anclajes tácticos que lo convierten en un bodrio para devolverle al juego su frescura. Todos queríamos lo mismo, que le dieran el balón para descubrir un talento que justificara tanta precocidad. Siempre hay que festejar el arribo de aventureros que, como João Félix, Odegaard, Kubo o Ansu Fati, vienen, aunque no se lo propongan, a desafiar una burocracia de pizarra que consigue convertir en tedioso un juego emocionante. Hay entrenadores empeñados en una búsqueda de la perfección para quitarle espacio y tiempo a los rivales. Lo que quitan es, sobre todo, el sentido del riesgo que reclama el aficionado medio, que no paga una entrada para aburrirse. Estos jóvenes excepcionales representan la esperanza porque se ocupan, nada menos, que de romper lo establecido. Y de ganar los partidos.

La madurez. Sin talento es imposible triunfar, pero solo con talento tampoco alcanza. Respeto mucho a los jugadores que evolucionan por profesionalidad y me alegra cuando el fútbol los premia. Pablo Sarabia empezó en el Castilla y seguramente habrá soñado con estabilizarse en el Madrid, pero su inteligencia le hizo entender que necesitaba escalones más bajos para ir ascendiendo. Así, terminó de aprender el oficio en el Getafe, brilló en el Sevilla y alcanzó el PSG, una cumbre futbolística de la que el talento descomunal de Neymar descarriló, precisamente, por falta de rigor profesional. Todo lo anterior para llegar a James, que vino al Madrid antes de tiempo y, aunque el reto estaba a la altura de sus condiciones, no lo supo gestionar. El Madrid le ofrece ahora una segunda oportunidad a la altura de su indiscutible categoría futbolística. No me gusta hablar de la vida privada de los futbolistas, pero sería imperdonable que no la aprovechara.

El final. Fernando Torres abandonó el fútbol. Cuando anunció su retirada habló de su futuro con un discurso que se parecía a él: sensato, simple y profundo: “Necesito formarme, necesito estudiar. No quiero volver al Atlético para ser una cara”, dijo en esencia. Renunciar al privilegio de vivir del prestigio para prepararse y vivir del mérito, es un mensaje potente que desafía un tiempo donde lo aparente se confunde con lo sustancial. El fútbol, como juego y como industria, alcanzó una complejidad que no se llena solo con una bien ganada reputación, ni siquiera con la condición de símbolo que alcanzó Fernando. Bien mirado, esas declaraciones nos hablan de la necesidad de cambiar de paradigma. Quizás haya llegado la hora de que los clubes se preocupen de formar a los jugadores antes y durante su carrera, para atenuarles la angustia del final y permitirles una rápida adaptación cuando los devuelvan al mundo de la gente corriente.

Al otro lado del final. A Raúl, con 17 años, le costó cinco minutos pasar de amateur a profesional. Le bastó con tres para entender el alma del madridismo. Ahora necesitó uno solo para pasar de jugador a entrenador. Está al frente de un Castilla con la plantilla más joven de Segunda B, lo que asegurará altibajos a lo largo de la temporada. Pero bastó ver un partido oficial para entender que aquel jugador se proyecta en este entrenador. El equipo fue decidido, astuto, ambicioso… Mereció más de lo que consiguió empatando a un gol porque no supo “oler la sangre” cuando el rival estaba herido, una de las características que definían al Raúl jugador y que le costará algunos minutos más transmitir. El Castilla ganará y perderá, jugará mejor y peor, pero el madridista se sentirá siempre bien representado. Porque el madridismo se aprende desde la exigencia y nadie mejor que Raúl para enseñarlo.

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