‘Notre-Dame’, de Ken Follet
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2019
La voz al otro lado del teléfono era insistente.
—Estoy en París —dijo—. ¡Enciende la televisión!
Yo estaba en casa, en la cocina, con Barbara,mi esposa. Acabábamos de terminar de cenar. Nohabía bebido vino, afortunadamente. En aquelmomento aún no lo sabía, pero iba a ser una noche muy larga.
La voz del teléfono era la de una vieja amiga.Es miembro del Parlamento y ministra de Gabinete, así que ha capeado muchas crisis y es imperturbable, pero parecía impactada.
Ya sabéis qué vimos en la pantalla: la maravillosa catedral de Notre-Dame de París, uno de losmayores logros de la civilización europea, estabaen llamas.
La imagen nos dejó aturdidos y profundamenteafectados. Me encontraba al borde de las lágrimas.Algo de un valor incalculable estaba muriendo antenuestros ojos. Era una sensación desconcertante,como si la tierra hubiera comenzado a temblar.
Conozco bien el edificio. Una Navidad, Barbara y yo asistimos allí a una misa del gallo. Lacatedral se hallaba atestada de gente. Las lucestenues proyectaban largas sombras en los pasillos,los villancicos reverberaban en la nave y la bóveda, en lo alto, estaba envuelta en oscuridad. Lomás conmovedor de todo fue ser consciente deque, durante más de ochocientos años, nuestrosantepasados habían celebrado la Navidad de esamisma manera en aquella catedral.
Yo la había visitado en muchas otras ocasiones. La primera vez fue en 1966, durante misprimeras vacaciones fuera del Reino Unido, aunque me temo que, a mis diecisiete años, me interesaban mucho más las chicas del grupo que unaiglesia. La última había tenido lugar solo cuatrosemanas antes, mientras conducía por la margenizquierda del Sena, y, como siempre, me empapéde la gloriosa vista de las torres gemelas y losarcos arbotantes.
En cuanto empecé a pensar de forma racionalen lo que veía en la televisión, entendí lo que seestaba quemando y cómo el fuego iba cobrandofuerza, pero los periodistas que comentaban lanoticia no lo comprendían. ¿Por qué habrían dehacerlo? Ellos no habían estudiado la estructurade las catedrales góticas. Yo sí, cuando me documenté para escribirLos pilares de la Tierra,minovela sobre la construcción de una catedral medieval ficticia. Una escena clave del capítulo cuatro describe el incendio que destruye la vieja catedral de Kingsbridge, y en ese momento me habíapreguntado: ¿cómo arde exactamente una enormeiglesia de piedra?
Yo había subido a los espacios polvorientosque hay bajo los tejados de algunas catedrales,como la de Canterbury y la de Florencia. Habíaestado sobre las fuertes vigas que se extendían sobre las naves y alzado la vista hacia los cabrios quesostenían las planchas de plomo. Me había fijadoen los restos secos que se suelen acumular en estoslugares: trozos viejos de madera y de cuerda, envoltorios de bocadillos de los trabajadores de mantenimiento, ramitas enredadas de nidos de pájaroy avisperos que parecían de papel. Estaba seguro de que el incendio había empezado en algún lugar del tejado, probablemente por culpa de unacolilla o de una chispa provocada por un fallo eléctrico que prendió fuego a algo de basura, que a suvez se extendió a las vigas. Y los daños resultantesamenazaban con arrasar la catedral.
Decidí compartir esta reflexión con los demás,así que tuiteé esto:
Los cabrios están formados por cientos detoneladas de madera vieja y muy seca. Cuandoeso se quema, el tejado se derrumba y luego losescombros destruyen el techo abovedado, quetambién se desploma y destruye los fuertes pilares de piedra que lo sostienen todo.
Eso resultó ser cierto, excepto porque subes-timé la fortaleza de los pilares y las bóvedas, quesufrieron daños pero que, por suerte, no quedaron totalmente arrasados.
Así tuvo lugar la destrucción de la catedral deKingsbridge enLos pilares de la Tierra,desde elpunto de vista del prior Philip:
Un fuerte chasquido le hizo levantar la vista.Exactamente encima de él una enorme viga sedesplazaba lentamente hacia un lado. Iba a caerencima de él. Philip corrió hacia el crucero sur,donde estaba Cuthbert, con expresión de temor.Toda una sección del tejado, tres triángulosde vigas y cabrios más las planchas clavadas enellos, caían lentamente. Philip y Cuthbert lo contemplaron, pasmados, olvidándose completamente de su propia seguridad. El tejado se desplomóNotre Dame-sobre uno de los grandes arcos redondeados delcruce. El enorme peso de la madera y la planchahendió el trabajo en piedra del arco con un estruendo prolongado semejante al trueno. Todosucedía con lentitud. Lentamente caían las vigasy, tras romperse el arco, la mampostería. Se soltaron otras vigas del tejado y de repente, con unruido semejante a un trueno largo y lento, todauna sección del muro norte del presbiterio se estremeció, deslizándose de costado hasta el crucero norte.
Philip estaba aterrado. El panorama de ladestrucción de un edificio aparentemente tansólido resultaba extrañamente asombroso. Eracomo ver derrumbarse una montaña o quedarseseco un río. En realidad nunca pensó que aquellopudiera ocurrir. Apenas podía creer lo que estaban viendo sus ojos.Al caer la noche del 15 de abril de 2019, losparisinos salieron a las calles y las cámaras de televisión grabaron miles de rostros salpicados dedolor e iluminados por las llamas. Algunos cantaban himnos; otros se limitaban a llorar ante laimagen de su querida catedral ardiendo. Esa noche, el tuit que obtuvo la respuesta más cálidaentre mis seguidores decía simplemente así:
Français, françaises, nous partagons votre tristesse.
«Franceses, francesas, compartimos vuestratristeza.»
Debería haber escrito «nous partageons», con«e», pero a nadie le importó.
Hay gente que entiende más de catedrales medievales que yo, pero los periodistas no sabencómo se llaman. Conocen mi nombre gracias amis libros, y saben queLos pilarestrata sobre unacatedral, así que a los pocos minutos empecé arecibir mensajes de redacciones de noticias. Paséaquella noche dando entrevistas para prensa, radioy televisión en las que expliqué en inglés y enfrancés lo que estaba sucediendo en la Île de laCité.
Y, mientras daba esas entrevistas, observaba.
Uno de los posibles orígenes del fuego se hallaba en la aguja central, esbelta como una flecha ycon una altura de 91 metros, que ahora ardía deforma infernal. Estaba hecha de 500 toneladasde vigas de roble y tenía un techo de plomo quepesaba 250 toneladas. La madera en llamas enseguida se debilitó y el peso de todo ese plomo fue demasiado para ella. El momento más impactante esanoche para la afligida muchedumbre reunida en las calles y los millones de personas que veían la tele-visión horrorizadas llegó cuando esa aguja se inclinó hacia un lado, se partió como una cerilla y sederrumbó a través del techo en llamas de la nave.
Notre-Dame siempre había parecido eterna ylos constructores medievales sin duda pensaronque perduraría hasta el día del juicio final, pero derepente nos dimos cuenta de que podía derrumbarse. En la vida de todo muchacho hay un dolo-roso momento en el que comprende que su padreno es todopoderoso ni invencible. Tiene debilidades, puede enfermar y algún día morirá. La caída de la aguja me hizo pensar en ese momento.
Parecía que la nave ya estaba en ruinas. Creíver llamas en una de las dos torres y supe que, side desmoronaban, la iglesia entera quedaría destruida.
El presidente Macron, un líder radicalmentemodernizador que se encontraba inmerso en unamargo y violento desencuentro con los detractores de sus reformas, habló ante las cámaras y seconvirtió, al menos en ese instante, en el líder re-conocido de una nación francesa unida. Impresionó al mundo e hizo llorar al galés que escribe estaslíneas cuando dijo con firmeza y confianza: «Nousrebâtirons». La reconstruiremos.
A medianoche me acosté y puse el despertadora las 4.30, ya que la última llamada que había recibido fue para pedirme que participara en unprograma matinal de la televisión que tenía lugaral día siguiente, muy temprano.
Temía que el sol se alzara sobre una pila humeante de escombros en la Île de la Cité dondeantes se había erigido Notre-Dame con orgullo. Mellenó de ánimo ver que la mayor parte de los murosseguía en pie, así como las dos grandes torres cuadradas en el ala oeste. No había sido tan malo comotodo el mundo temía, así que conduje hasta el estudio de televisión con un mensaje de esperanza.
Pasé el martes dando entrevistas y el miércolesvolé a París para participar en un debate en el pro-grama de televisiónLa grande librairiesobre elsimbolismo de las catedrales en la literatura y lavida.
Ni se me pasó por la cabeza quedarme en casa.Llevo Notre-Dame muy dentro del corazón. Nosoy creyente, pero voy a la iglesia a pesar de todo.Adoro la arquitectura, la música, las palabras dela Biblia y la sensación de compartir algo tan profundo con los demás. Desde hace mucho encuentro una honda paz espiritual en las grandes catedrales, igual que millones de personas, tantocreyentes como no. Y tengo otra razón para sentirme agradecido por su existencia: mi amor porellas inspiró la novela que es sin duda mi libro máspopular y, probablemente, el mejor.
El presidente Macron afirmó que reconstruiríanNotre-Dame en cinco años. Un periódico francésrespondió con el titular «Macron cree en los milagros». Sin embargo, los franceses sienten un pro-fundo apego por Notre-Dame. Ha sido el escenariode algunos acontecimientos clave en la historia deFrancia. Cada cartel de carretera que indica a quédistancia estás de París mide la distancia hasta elkilómetro cero, una estrella de bronce incrustadaen el suelo delante de Notre-Dame. La gran campana de la torre sur, llamada Emmanuel, se oye portoda la ciudad cuando toca su grave fa sostenidopara anunciar una alegría o una pena, ya sea el finde una guerra o una tragedia como la del 11-S.
Además, siempre es desaconsejable subestimara los franceses. Si alguien puede hacerlo, son ellos.
Antes de marcharme de París para volver acasa, mi editor francés me pidió que contemplarala posibilidad de escribir algo sobre mi amor porNotre-Dame, a la luz del terrible suceso del 15 deabril. Los beneficios que se obtuvieran del librose destinarían al fondo para la reconstrucción, asícomo mis derechos de autor. «Sí, empiezo mañana mismo», le dije.
Esto es lo que he escrito.