Muere Ben Alí, el expresidente tunecino derrocado en el inicio de la primavera árabe
El exdictador tunecino Zine el Abidine Ben Alí falleció el jueves en su exilio de Arabia Saudí, según ha anunciado su abogado, Mounir Ben Salha, y han confirmado el Ministerio de Asuntos Exteriores y su yerno, Slim Chibub. Hace una semana, su familia informó de que había sido ingresado en un hospital, aunque se desconoce qué enfermedad padecía. La muerte de Ben Alí, de 83 años, se produce en pleno proceso para elegir el próximo presidente del país magrebí, apenas cuatro días después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Ben Alí gobernó Túnez con puño de hierro durante más dos décadas, y la revuelta popular que forzó su caída en 2011 fue el detonante de las llamadas primaveras árabes.
Nacido en Susa el año 1936, Ben Alí, militar de carrera, fue destinado como agregado militar a diversas embajadas antes de ser nombrado ministro del Interior en la primavera de 1986. Su ascenso a las más altas esferas del poder fue fulgurante. Medio año después, añadió a este cargo el de primer ministro, desde el que lanzó un “golpe de Estado médico” contra el veterano presidente Habib Bourguiba el 7 de noviembre de 1987. Tras obtener un certificado por parte de varios doctores que declaraba Bourguiba “incapaz” para ejercer sus responsabilidades debido a una enfermedad, y de acuerdo con lo estipulado en la Constitución, Ben Alí se convirtió en el segundo presidente de la historia del país desde su independencia en 1956.
Durante sus primeros años en el poder, Ben Alí prometió una apertura del sistema político, legalizó los partidos políticos de la oposición, e incluso llega a organizar unas elecciones en 1991. Sin embargo, poco después de los comicios, que fueron amañados pero que mostraron la fuerza del movimiento islamista Ennahda, puso fin al experimento democrático y desató una durísima represión contra cualquier tipo de disidencia. Sus años en el poder estuvieron caracterizados por una corrupción atroz que convirtió a su familia en una de las principales fortunas del país.
Tras su huida, la Justicia tunecina le condenó en rebeldía a 35 años de cárcel por delitos de corrupción y torturas y a otros 20 años por incitar al asesinato y el saqueo. En el juicio que se ocupaba de la acusación más grave, su complicidad con la muerte de al menos 338 personas a manos de las fuerzas de seguridad durante la revolución, fue condenado a cadena perpetua. Al ser conocido su delicado estado de salud, desde hace semanas se debate en Túnez si debería permitirse su entierro en Túnez. No obstante, según sus allegados, expresó su deseo de ser sepultado en Arabia Saudí.
La noticia de su fallecimiento llega cuatro días después de la celebración de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que han certificado el ocaso de su proyecto político. Abir Musi, la única candidata que defiende de forma desacomplejada su legado y que ocupó diversos cargos en su partido, el disuelto RCD, obtuvo tan solo el 4% de los votos. Sin embargo, la severa crisis social que ha experimentado el país, con un paro e inflación al alza, sí ha provocado un sentimiento de nostalgia respecto a los años de la dictadura entre una franja de la población