La acusación contra Johnson de haber manoseado a una periodista enturbia el congreso ‘tory’

La periodista del Sunday Times Charlotte Edwardes soltó una bomba en la cara de los conservadores en las horas previas al congreso que celebran en la localidad de Mánchester. Se estrenaba este fin de semana como columnista en la revista Style del periódico y decidió hacerlo con una confesión que volvió a obligar a los seguidores de Boris Johnson a plantearse si es lícito reírle todas sus gracias y excesos.

El primer ministro ha negado ambas acusaciones, pero de ese modo especial en el que Johnson es todo un virtuoso en desviar la pregunta. En las instalaciones preparadas porSky Newspara cubrir en directo el congreso conservador en Mánchester, Johnson se veía obligado a responder a una pregunta seria pero embarazosa: ¿había manoseado el muslo de una periodista? «No, y creo que lo que la ciudadanía quiere escuchar es todo lo que estamos haciendo para mejorar y unir a este país», ha respondido evasivo.

«Estoy sentada a la derecha de Johnson; a su izquierda se sienta otra joven conocida mía (…) Se sirve más vino. Bebe más vino. Noto la mano de Johnson en mi muslo. Aprieta. Su mano ha subido por mi pierna, y agarra suficiente carne bajo sus dedos como para hacer que me incorpore en la silla. Mi madre siempre decía: ‘Ponte un broche cuando vayas al cine, para pinchar cualquier mano errante’. Pero en este caso, se trata de trabajo. Así que permanezco en silencio», escribe Edwardes.

La escena, según la versión de la periodista, ocurre a finales de los noventa, principios de los 2000, en el salón que tiene, en su sede en Londres, la revista The Spectator para recibir a sus invitados y celebrar almuerzos y cenas privadas. Con 200 años de historia, la publicación es la Biblia del conservadurismo británico: una mezcla de intelectualidad, ironía, gamberrismo y, sobre todo, defensa de esa Gran Bretaña eterna autorizada a mofarse de lo políticamente correcto. En esos momentos, su director era un joven periodista con ambiciones al que el diario The Times había despedido poco antes por inventarse sus historias. Alexander Boris de Pfeffel Johnson todavía no había alcanzado el estrellato al que llegaría años después, pero ya apuntaba maneras.

«Poco después, me acerqué a confiar lo ocurrido a la otra mujer. Me contestó: ‘Por Dios. Conmigo hizo exactamente lo mismo’. Ambas especulamos: ¿nos estaba apretando a la vez? ¿Para guardar cierto equilibrio? ¿Se sentía apretujado? ‘¿Y te diste cuenta cómo hablaba en todo momento de su mujer actual?’, me pregunta. Sí, me di cuenta. Las dos hacemos el mismo gesto. Para entonces ya conocía la reputación del personaje. Su famoso ‘doble apretón’. Su sello personal», cuenta la periodista.

Llueve sobre mojado. La confesión de Edwardes ha llegado apenas días después de que The Times publicara también los presuntos tratos de favor que tuvo Johnson, como alcalde de Londres, con una modelo y empresaria estadounidense, Jennifer Arcuri. Según lo relatado, intercedió para que se la incluyera en la delegación comercial que acompañó al político a viajes al extranjero y para que recibiera subvenciones y ayudas para sus fallidas empresas tecnológicas. El Ayuntamiento londinense investiga en esos momentos de modo oficial todas esas acusaciones.

El ministro de Economía, Sajid Javid, era este lunes la estrella del congreso. Iba a revelar todas las millonarias inversiones que el Gobierno se disponía a realizar en la nueva era que traerá consigo el Brexit. En vez de ello, se ha dedicado a intentar convencer a los medios de que su jefe es una persona honesta que nunca incurriría en un comportamiento como el descrito por Edwardes. «He hablado con el primer ministro sobre el asunto y no ha podido ser más claro a la hora de negarlo. Se trata de una acusación falsa», insistía.

Como en otros casos similares, es la palabra de la presunta agredida contra del presunto agresor. La exministra Amber Rudd, por ejemplo, ha afirmado su absoluta confianza en alguien como Charlotte Edwardes, una periodista que hoy tiene ya una larga trayectoria y varios premios en su profesión. Y otra exministra como Justine Greening ha asegurado que las acusaciones son «profundamente inquietantes».

Johnson juega con relativa venganza, porque sus desmanes ya no sorprenden a nadie. Es notoria su fama de mujeriego, hasta el límite de negarse a reconocer el embarazo de una de las mujeres con las que tuvo una relación adúltera. Y los gritos y discusiones con su actual novia, Carrie Symonds, en el apartamento londinense que comparten, obligaron a la policía a presentarse en la puerta del domicilio, pero no redujeron en ningún momento las posibilidades de Johnson de hacerse con el liderazgo conservador.

La férrea alianza del primer ministro con los euroescépticos, en la que el objetivo del Brexit lo justifica todo, es el salvoconducto de Johnson en el regate corto, pero sus extravagancias y abusos —ese modo de ir por el mundo, dicen sus críticos, con la sensación de estar exento de las reglas de urbanidad que obligan a todos los demás empiezan a hacer mella en un electorado medio y centrado que no termina de ver en él la persona idónea para residir en Downing Street.