Silencio del Ejército en la disculpa del Estado mexicano por el asesinato de dos estudiantes a manos de militares

A nueve años de los asesinatos de Jorge Mercado y Javier Arredondo, el Estado mexicano ha pedido perdón. Ha sido en un acto este martes en Monterrey, Nuevo León, en el norte de México; en el auditorio del Tec, la universidad donde estudiaban, a pocos metros de donde fueron asesinardos. El 19 de marzo de 2010, un grupo de militares disparó contra ellos en las instalaciones del centro. Jorge y Javier salían de la biblioteca, iban a cenar. Antes de alcanzar la calle se encontraron a los soldados, que les dispararon.

En México, un asesinato inaugura muchas veces un largo camino de agravios para las familias de los muertos. No ha sido diferente en el caso de Jorge y Javier. Este martes, Rosa Mercado, la madre del primero, enlistaba las mentiras de los militares, que nunca reconocieron la verdadera identidad de Jorge y Javier, calificados en los primeros momentos como sicarios; la lejanía de las autoridades del Tec, que reprodujeron la versión de los hechos difundida por el Ejército; la apatía de los fiscales, que siempre les decían que faltaba poco para que su caso llegara ante el juez. Lo cierto es que a día de hoy, con una disculpa en el bolsillo, las familias critican que no haya un solo condenado por los asesinatos de sus hijos. Hay tres soldados presos y otros tres huidos. Ningún mando ha sido procesado por lo ocurrido.

La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, ha presidido el evento. «A nombre del Estado mexicano, les ofrezco una disculpa pública por la violación a sus derechos. Jorge y Javier eran estudiantes de excelencia del Tec de Monterrey. No sicarios», dijo. Sánchez Cordero usó la palabra «muerte», la expresión «privados de la vida», pero no dijo asesinato. Insistió en la falta de colaboración del Ejército con los investigadores civiles, pero no habló de la responsabilidad de los mandos castrenses.

El caso de Jorge y Javier es uno de los más graves de los últimos años que involucra a militares. No es solo el asesinato, sino la criminalización posterior. Desde el principio, el Ejército dijo que los muchachos murieron en el fuego cruzado mientras perseguían a unos sicarios. Que lo hicieron fuera de la universidad. Que las balas que los mataron fueron de ellos, de los sicarios. Todo mentira. Los militares los mataron de cerca, dentro del centro educativo. Manipularon sus cuerpos y les colocaron armas en las manos. Impidieron que los fiscales de Nuevo Léon accedieran a la escena del crimen.

El asesinato de Jorge y Javier no es una excepción. Entre diciembre de 2006 y diciembre de 2018, el ombudsman mexicano dirigió 125 informes al ejército por violaciones a los derechos humanos. De esos 125 informes, 36 son por asesinato, con un total de 83 víctimas. Los investigadores detectaron que en el 94% de los casos de ejecución extrajudicial, los militares modificaron la escena del crimen.

Junto a Sánchez Cordero, en la mesa del presidium, además de las familias de Jorge y Javier y de representantes de otras instituciones, figuraba el general James Pedro Lomán, máximo responsable del Ejército en Nuevo León. Atendiendo a la naturaleza del acto, llama la atención que el Gobierno no insistiera en la presencia de un integrante de la dirección de la secretaría de la Defensa Nacional, al titular o a alguno de los subsecretarios. El Estado se disculpaba por delitos cometidos por militares, pero los militares adoptaron un perfil bajo. A diferencia de Sánchez Cordero, del presidente de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, Jaime Rochín o el ombudsman, Luis Raúl González, el general Lomán no ha tomado la palabra.

Quien sí lo ha hecho ha sido Rosa Mercado. «Hoy hace nueve años, aproximadamente a esta hora empezaron las llamadas de mi sobrina para preguntarme por Jorge», recordaba. «De inmediato le marqué y me mandaba a buzón. Empezaba la angustia, ya que mi esposo había escuchado la noticia del enfrentamiento entre militares y delincuentes en el Tec, específicamente en la puerta de Luis Elizondo y García Sada, por la que entraba y salía Jorge cada día. Llamé al Tec y me dijeron que no me preocupara, que los caídos eran dos sicarios, que iban armados hasta los dientes».