La noche en que un barrio de la Ciudad de México se sintió en Hollywood
Pocos de los habitantes de la Ciudad de México, como ocurre en muchas capitales del mundo, se sienten realmente de ahí. Ni siquiera tienen un gentilicio que los una; el más común, chilangos, con un origen poco claro del término, no está reconocido oficialmente. Muchos menos, de los casi nueve millones de habitantes censados en esta gran metrópoli, se sienten identificados con una de las colonias más chic y bohemias de la ciudad, la Roma. Pero esta noche, un pequeño rincón de la capital los ha representado a todos. Hollywood y Alfonso Cuarón los ha puesto en el mapa. Y había mucho que celebrar.
La película de Cuarón, Roma, nominada a 10 Premios Oscar, ha convertido la capital en una fiesta popular: desde las calles del barrio que lleva su nombre, hasta el la icónica plaza del Monumento a la Revolución, en el centro. Durante todo el día, familias, grupos de amigos y turistas sorprendidos desfilaban por los verdes bulevares del barrio que se ve en el filme en peregrinación hacia uno de los parques principales, donde en cada esquina había una pantalla para seguir la gala. Frapuccinos, zapatillas deportivas y sudaderas de marca; también, decenas de señoras que viven ahí desde antes de la gentrificación del barrio. «Estoy muy nerviosa, me hace mucha ilusión que se muestre en los Oscar una colonia tan bonita», comentaba Laura Angélica Molina, de 63 años, que vive en la Roma desde hace 52 y logró ver la película hace poco porque su nieta se la puso en su cuenta de Netflix. En el centro del parque, había instalados unos asientos reservados para un centenar de vecinos que solo podían acceder a esta zona exclusiva si acreditaban su domicilio. Había también otra pantalla exclusiva para los políticos del Gobierno de la capital.
A unos dos kilómetros de ahí, la fiesta era muy distinta. El Roma Fest. Un festival al aire libre, en pleno centro de la capital, para celebrar la nominación de una película. Algo que, pese al reciente éxito de México en los Oscar, no había ocurrido nunca. A partir de mediodía, comenzaron diferentes conciertos con grupos de la ciudad: cumbia, electrónica y rock. Había música, hacía calor y la gigantesca plaza del Monumento a la Revolución se había convertido en una fiesta. «Esto me recuerda mucho a cuando México le ganó a Alemania en el Mundial», comentaba un asistente. Pero sobre las tres grandes pantallas que coronaban el escenario no se iba a proyectar un partido de fútbol —algo que en este país moviliza fácilmente a las masas—, sino la gala de los Oscar. «Me parece increíble que nos hayamos unido aquí para celebrar el cine mexicano. Está muy chido esto», apuntaba Laura Victoria Sánchez, de 24 años.
A partir de las seis de la tarde, muchos de los que habían bailado en los conciertos despejaron la plaza. Otros, incluidas madres con hijos pequeños, acudieron a buscar un sitio cerca de las pantallas para sentarse y esperar a que comenzara la ceremonia. «Vine porque en casa no tengo Internet ni televisión y no quería perdérmelo. Porque, si gana, ¿cómo me entero?,¿con quién lo celebro?», contaba María de la Cruz Martínez, de 42 años. Y como ella, decenas de asistentes se fueron sentando sobre el asfalto frío de la plaza, algunos con refrescos y bolsas de patatas. «Estamos en vilo. Yo creo que va a ganar», añadía Martínez.
Todos ahí esperaban que Roma ganara al menos las nominaciones a mejor película y mejor actriz, Yalitzia Aparicio —indígena oaxaqueña—, para muchos una esperanza de que el racismo en México, si ella ganaba, iba a perder. Pero no ganó. Tampoco a mejor película. Y aunque corearon a gritos el nombre de Cuarón cuando recogió la primera estatuilla a mejor fotografía y después a mejor director y aplaudieron contentos el premio a mejor película extranjera, ya entrada la noche, Green Book —»¿Green qué?», se preguntaba alguno»— y Olivia Colman, les robaron la fiesta definitiva que prometía acabar en la plaza del Ángel de la Independencia.
La fiesta se acabó cuando Julia Roberts pronunció la película ganadora de la noche. «No se vayan, todavía va a llamar Cuarón para darles las gracias por venir al Roma Fest», anunciaba sobre el escenario el escritor y politólogo Emilio Lezama. Pero ya pocos se quedaron. Ya no había música, ni calor, ni ganas. Un asistente comentaba irónico: «Ahora sí que se parece más al Mundial. No cuando le ganamos a Alemania, sino cuando perdimos después». En ese momento terminó la fiesta de la Ciudad de México. Una noche en la que todos, antes de las 22.30, se sintieron orgullosamente chilangos.