Huachicol
Desde hace tiempo, Fulano sentía que lo andaban huachicoleando, que le chupaban la sangre y los afectos en diferentes puntos del mapa minucioso de su sistema nervioso y que había ductos clave –femoral, yugular, cava y safena—sistemáticamente drenados por minúsculas pipas, aún a riesgo de provocarle embolias o gangrena gaseosa. Fulano mostraba problemas no sólo para caminar, sino incluso para abrazar o mostrar cariño y serenidad afectuosa, debido evidentemente al lento goteo del huachicoleo con el que paulatinamente le fueron drenando el ánima.
En Netflix subtitularon el padecimiento de Fulano como “estraperlismo líquido o hidráulico”, mientras que un médico naturista –habiendo consultado a la Madre Tierra—aplicó humos de copal y logró que los ductos y conductas de Fulano se cerraran (temporalmente) y quedaran custodiados por un ejército guardián de microrganismos verdes que provocó un desabasto considerable no sólo en el flujo sanguíneo, sino también en la transpiración y saliva de Fulano, que optó por la inacción, el ocio, la mudez o mutismo y una rara propensión a la formulación de corazonadas sin razón, teorías de conspiración, inferencias infundadas y acusaciones indirectas.
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Fulano empezó a formar largas filas hasta para ir al baño y a dudar de todo prójimo y apuntaló los lánguidos gajos de su melancolía en suponer que volverían los tiempos de la utopía: las frescas mañanas del ejercicio sin cansancio, el libre andar sin el resabio de las canas y la desaparición instantánea de sus várices. Fulano creía que todos los músculos de su cuerpo lo mantendrían vigoroso y fuerte ante el lento goteo con el que se había huachicoleado su ánimo y vitalidad, sus esperanzas, sueños y propósitos (formulados apenas hace un mes) y vino entonces el parte constitucional de su propia anatomía, donde se asienta que son los propios anticuerpos que albergaba Fulano desde su nacimiento y no los Otros que abusaban de su confianza los que habían vampirizado la savia invaluable de su ser; eran sus propias células enfermas las que habían succionado como un cáncer el buen ánimo de Fulano y no necesariamente el colesterol exógeno que le taponeaba las venas. Eran los propios coágulos de su delirio ancestral, su demencia de siempre, los que paulatinamente drenaban la vida misma de Fulano y no habría manera de alinear esas chacras hasta el impredecible instante en que se recostara sobre el diván de su propia geografía y pusiera en orden las contradicciones y falsedades, las apariencias y mentiritas que le impedían volver a la debida combustión.