Doha: unos Mundiales artificiales y en silencio
El Khalifa Stadium es una burbuja aséptica como un quirófano, y tan brillante y reluciente, rodeada de la realidad de una ciudad, Doha, crecida contra toda la lógica natural en un desierto, cuyos nativos tienen déficit de vitamina D porque no se exponen al sol. Su vida transcurre respirando aire pasado por climatizadores, el aire acondicionado de centros comerciales, mezquitas, restaurantes, oficinas, sus casas, sus coches. Solo los trabajadores inmigrantes van en autobús o bicicleta, o trabajan al aire libre, sometidos a la tremenda radiación solar y respirando un aire cargado de ozono y partículas de polvo y sal.
En un ambiente artificial, en un estadio tan cerrado al que no llega del exterior ni la brisa que a veces quema la piel, tan caliente, la vida ha sido bella para los atletas. Temperatura y humedad controladas. Condiciones perfectas. Ni una ráfaga de viento permitida, ni una gota de lluvia, y auxiliares derramando botellines de agua mineral para remojar la arena del foso de saltos.
En el estadio, dice Sebastian Coe, el presidente de la IAAF, la federación que decidió que en este lugar se celebrara un Mundial de atletismo, todo ha salido perfecto. “No recuerdo ningún campeonato del mundo donde haya visto una calidad tan alta en casi todas las disciplinas”, dice el británico, que no lamenta llevar el atletismo a un país sin pasado ni previsible futuro atlético: “No podemos seguir yendo a los mismos lugares todos los años”.
Instalar el aire acondicionado en el Khalifa costó 81 millones de euros y las emisiones de su instalación se sumaron a todas las urbanas alimentadas por la electricidad producida por su gas natural que hacen de Qatar uno de los cinco países del mundo con más emisiones de carbono por habitante.
A los atletas de la pista, pese a estar tan a gusto corriendo, no les ha gustado el ambiente artificial en que han competido, tan controlado como si compitieran en pista cubierta, sin apenas público la mayoría de las veces, y notaban que las grandes marcas conseguidas y el gran espectáculo del atletismo fuera recibido casi en silencio. A los qatarís no les importa el atletismo. Ni un canal de televisión de Qatar encontró tiempo para hacerle hueco a su Mundial en unas parrillas saturadas de partidos de fútbol de LaLiga. Dos grandes atletas con la camiseta de Qatar consiguieron medalla. La actuación de uno, el vallista Abderramán Samba, de origen mauritano, no atrajo a ningún local al estadio gratuito. Solo los vuelos de su halcón Barshim en salto de altura, el único atleta qatarí de origen qatarí, les llevaron al éxtasis, y hasta el emir se sentó en el palco.
“Los atletas no siempre saben…”, dice Coe, campeón olímpico de 800m y 1500m, que no se siente culpable de la contribución de Qatar al calentamiento global por las emisiones incrementadas. “Recuerdo que estaba en Sevilla en 1999 cuando la temperatura llegó a los 41 grados sin aire acondicionado o tecnología en los estadios. Cuando los atletas vienen aquí, y la mayoría de ellos compiten en el estadio, y tenemos la tecnología para permitir eso, para ofrecerles mejores condiciones que las que tendrían en la mayoría de los demás estadios, es algo de lo que tendríamos que estar contentos”, afirma Coe.
Hubo un récord del mundo, el de la norteamericana Dalilah Muhammad en los 400m vallas, y hubo pruebas magníficas, como los 400m femeninos de Salwa Eid Naser, la pértiga y la longitud masculinas o los 5.000m de hombres, o los 10.000m de Sifan Hassan. No hubo momentos de locura colectiva como la que acogía habitualmente las hazañas de Usain Bolt. La reina de la velocidad, la jamaicana Shelly Ann-Fraser, dio la vuelta de honor tras su victoria en los 100m ante menos de 3.000 personas. Pero no saben que en la visión futurista del atletismo el estadio no será más que un estudio televisivo, les informa Coe. Lo importante, lo real, no será lo que vean los pocos de las gradas, sino el espectáculo que se transmita a miles de millones de personas.
En el exterior, en las pruebas de asfalto, la competición puramente deportiva dejó paso a unas pruebas convertidas en simple lucha por la supervivencia. Los atletas de asfalto han denunciado que les obligaran a convertirse en soldados en el desierto lanzados a una batalla a medianoche. “¿Por qué tenemos que someternos a esto?”, se preguntaba el marchador español Miguel Ángel López antes de su prueba, los 20km, que disputó a 35 grados con una humedad del 88%.
Han contado lo que no cuenta Coe, las miserias del maratón femenino, cuyas participantes no sufrieron solo el calor y la humedad sino también las secuelas de una tormenta de arena que había azotado Doha dos días antes y que colmó la atmósfera de partículas PM 2,5 (pequeñas, pasan a los pulmones) y PM 10 (grandes, se quedan acumuladas, y son las peligrosas) que les cerraban los bronquios y les impedían respirar. “Pero sabemos que son partículas de sal y de arena, no son venenosas. No son nitrógeno, las peligrosas, las que tenemos en Europa”, dice Miguel Escribano, de la empresa navarra Kunak, que ha instalado aparatos para monitorizar la calidad del aire contratada por la IAAF. “Qatar está en el top 10 mundial de contaminación por partículas, aunque sean de polvo y sal, químicamente no peligrosas para la salud como son el nitrógeno en Europa o el monóxido en Etiopía de las cocinas de carbón mal quemado o de los coches que queman mal”.
En el Mundial de fútbol de 2022 habrá 12 estadios con aire acondicionado. En el nuevo atletismo televisivo preconizado por Coe, quizás el espectáculo continúe con la atribución esperpéntica de las medallas por un jurado como el que en Doha dio un bronce a un húngaro por un lanzamiento nulo o a Orlando Ortega, con una marca superior al quinto clasificado, lo que generaría también caos, pero añadiría emoción suplementaria. “¿Qué sería justo?”, dice Coe de la medalla al vallista español. “Me pareció adecuada la decisión”.
Y en sus manos está el futuro del atletismo.
Un medio para mostrar el poder y la riqueza
Los medios de comunicación, cuya misión no es promocionar el Mundial si no contar lo que pasa, y no solo las carreras, han relatado la ausencia de espectadores en el estadio, como también como también la reflejaron en todos los Mundiales anteriores celebrados en un país, políticamente aislado en su entorno por su postura ante Irán, que usa la organización de eventos como medio de mostrar el poder que le otorga su riqueza inagotable. Le dicen la diplomacia del deporte, el soft power. Organiza competiciones ante el vacío de desierto y la indiferencia de los nativos en las gradas ante deportes que no entienden ni quieren entender. Ocurrió en el Mundial de gimnasia (2018), en el de ciclismo (2016) o en el de balonmano (2015), en el que hasta contrataron claques de aficionados profesionales del extranjero que cambiaban cada día de bandera.
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