Revive Messi, muere Argentina ante Brasil
Como si nunca hubiese dado el pistoletazo inicial, la Copa América pareció empezar y terminar en el Brasil-Argentina de semifinales. Un duelo precioso, por intenso, pero sobre todo por vibrante, acompañado de un Mineirao en llamas, que mimó a la Canarinha, ovacionó a Messi y se dividió con la presencia de Bolsonaro. Poco se sabía de Messi en este torneo de Brasil, más activo en las zonas mixtas que en el juego, fastidioso en el tapete y alegre ante los micrófonos. Apareció Messi cuando Argentina más lo necesitaba. No fue suficiente: los palos, Alisson y, esencialmente, la eficacia de Brasil, certera para marcar, dura para defender, condenaron a una Argentina vacía de títulos desde 1993. La Canarinha ya tiene su final, una más en su casa, a la espera de Chile o Perú.
Al Mineirao no le duele el 1-7 por mucho que los argentinos (burlones, por naturaleza) se empecinen en recordarle a la torcida brasileña el tortazo ante Alemania en el Mundial de 2014. De hecho, la casa del Cruzeiro ahuyentó rápido el fantasma de la histórica paliza ante Alemania cuando le estampó un duro 3-0 a Argentina en las eliminatorias sudamericanas en 2016. Fueron tres y pudieron ser más, pero la complicidad de Neymar con Messi no es la misma que la de David Luiz con Schweinsteiger. El Mineirao es cómplice y cruel con el 10 de Argentina, que no sabe lo que es ganarle a Brasil en un partido oficial. Belo Horizonte ovacionó al rosarino cuando era un pipiolo en 2007, también en esta Copa América 2019. El estadio se encendió cuando la megafonía cantó su nombre como cuando el azulgrana sacaba de paseo a uno de sus muchachos. De bonus track, pasó lo nunca visto hasta ahora en esta Copa: por primera vez se llenó un estadio.
Tan bonito como intimidante, tan festivo como belicoso, intimidó el Mineirao cuando se puso a cantar a capela el himno de Brasil. Ambiente de clásico, el partido de los partidos, de nuevo grande para recibir a la Argentina de Messi, que no faltó a la gran cita de América. Por fin repitió un once Scaloni. La primera que lo hace el técnico en sus 14 partidos en el banquillo, pero hay que sumar hasta 40 duelos para encontrar dos alineaciones consecutivas calcadas de la Albiceleste. Brasil no tiene ese problema. Tite encontró su equipo sin Neymar. Un conjunto que camina a paso firme en su casa, con ganas de ganar la Copa que no levanta desde 2007.
Sin agobiarlo, Brasil no dejaba salir a Argentina. El duelo arrancó como el estadio. Peleador, a ritmo frenético, sin nadie que se animara a darle un descanso al balón. La Albiceleste dispuesta a ser un equipo corto, cubrió la bandas y Brasil mandó a partir de Arthur, esta vez con Coutinho de socio, más presente Dani Alves que Gabriel Jesús y Everton para ensanchar el campo. Con el 10 todavía en modo Copa América 2019, el primero que apareció en Argentina fue Paredes con un potente remate, sin susto para Allison. Brasil controlaba al equipo de Scaloni, vacío en la medular con la necesidad de que Messi bajara a buscar un balón que le resultaba imposible que le acercaran Acuña y De Paul. Paredes, mientras tanto, estaba más metido en la lucha que en el juego y los centrales, especialmente Otamendi, saltaban de pifia en pifia. O como Foyth, tan atrevido como errático, que perdió una pelota inexplicable, que Gabriel Jesus no pudo condenar.
La acústica del Mineirao enganchaba, irónica con los errores de la Canarinha, sarcástica con los de Argentina, enérgica cuando Gabriel Jesus se amigó con la red, después del pase de Firmino, asistido por un gran Dani Alves, tan decisivo a los 36 años como a los 26. Entonces, cuando la Albiceleste parecía condenada a la goleada, apareció el 10. Instalado de enganche, paseó a Casemiro que lo mandó al césped. El rosarino le puso el balón en la cabeza a Agüero y el travesaño salvó a Allison. Revivió Messi, en versión partido de ida ante el Liverpool, seguro de que iba a vender cara la derrota. Estaba roquero para recuperar el balón desde el suelo, tanguero para sacar a bailar a Casemiro en el área, gesto celebrado por el Mineirao.
Messi de regreso y había clásico en Brasil. Fiesta en las gradas y Jair Bolsonaro no quiso perderse la oportunidad de hacerse notar. Con los jugadores en los vestuarios, el presidente se mandó a una orilla del campo, cogió una bandera de Brasil y la ondeó al ritmo de “Mito, mito, mito”. Ya no hubo unanimidad en el Mineirao. Reaccionó otra parte del estadio, símbolo de que Bolsonaro no une al país como lo hace la Canarinha. No le gustó a Tite el repunte de Argentina y tocó el equipo en el entretiempo: Willian por Everton, más músculo para controlar el despertar del 10. Tiene un karma con Argentina y con Alisson. El rosarino jamás pudo batir al meta. Sacó un zurdazo fortísimo que le rechazó el poste, misma impotencia en una falta directa que el portero del Liverpool se la descolgó de la escuadra. Ni la fortuna ni tampoco el árbitro se puso del lado de la Albiceleste, que reclamó dos penaltis: el primero de Alves a Agüero y otro de Arthur a Otamendi.
Argentina dignificaba el clásico en ataque, pero se perdía en defensa, un mal que arrastró en toda la Copa. Un caramelo para un delantero de calle como Gabriel Jesús. Con la Albiceleste acampando en tierra brasileña, el punta del City aprovechó de la ingenuidad de la zaga argentina para recular y en una galopada inmensa dejó a Firmino que empujara la pelota al gol. “Eliminados, Eliminados, Eliminados”, estalló el Mineirao. Y tenía razón. En el mejor partido de Argentina, Brasil fue más eficaz en ataque, siempre seguro en defensa, imbatido en lo que va de Copa. Sin Neymar, la Canarinha ya tiene su billete para la final Maracaná, ahora habrá que ver cómo se reinventa Argentina. Ya sabe, en cualquier caso, que Messi no quiere claudicar.
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