Las cicatrices del cambio climático en el techo de Europa
La carretera serpentea junto a un río formado por tres glaciares y atraviesa las laderas del Mont Blanc, la frontera natural donde convergen a 4.000 metros de altura Suiza, Italia y Francia. El tramo recorre 700 metros, pero la naturaleza y los cálculos matemáticos de los geólogos solo conceden 58 segundos para llegar al otro lado del control. “No se detenga”, advierte uno de los guardias que vigila uno de los extremos del acceso desde que este verano el Ayuntamiento decidió cortar la vía. Ese escaso minuto es el tiempo en el que uno podría atravesarlo sin ser engullido por los 250.000 metros cúbicos de hielo del glaciar de Planpincieux que amenazan con desprenderse. Dos enormes grietas de 20 metros, provocadas por la subida de la temperatura, han fracturado el gigante de hielo en tres pedazos. Uno de ellos, el más bajo, avanza hoy a más de un metro diario. Es la primera cicatriz visible del cambio climático en el techo de Europa.
Courmayeur, un pueblo de unos 2.700 habitantes enclaustrado entre las escarpadas paredes del Mont Blanc, vive del turismo de montaña y se encuentra algo perplejo ante la polémica suscitada por uno los 183 glaciares de la región, que castiga ya el inicio de la temporada. Los comerciantes se encogen de hombros y maldicen con sarcasmo alpino a Greta Thunberg: creen que son el tablero donde se juega una partida a miles de kilómetros. Cinco de esos glaciares están altamente monitorizados por movimientos fuera de lo normal detectados en los últimos tiempos (como el Seracco Whymper, del que se desprendieron hace una semana 50.000 metros cúbicos por gravedad) o por filtraciones de agua que podría provocar torrentes descontrolados (como el Grand Croux). Pero el Planpincieux, un glaciar templado (el agua fluye en su interior y es especialmente sensible al calentamiento global), situado en la parte septentrional del macizo de las Grandes Jorasses, no había representado un problema hasta hoy. A finales de agosto el alcalde decidió evacuar dos casas, cerrar refugios y cortar el pedazo de carretera que conduce a la Val Ferret. Ya no lo veían claro.
Los glaciares, como los volcanes y las tierras sísmicas, se monitorizan al milímetro. Pero nadie ha conseguido un modelo exacto de predicción. Más allá de la profecía climática, algunos son una amenaza directa para quien osó vivir junto a ellos. Los primeros síntomas del Planpincieux, que pende sobre una zona de la Val Ferret con chalés vacacionales y algunos hoteles, llegaron este verano. “Observamos comportamientos extraños a mediados de agosto. Algunos pedazos avanzaban más rápidamente de lo normal. Influye la subida de temperaturas, por supuesto. Pero también la gravedad. Es un fenómeno relativamente normal. Pero no se puede hacer nada más que esperar a que se desprenda definitivamente una gran masa de hielo o bajen las temperaturas en invierno y vuelvan a compactarse los tres sectores. Una voladura sería demasiado peligrosa”, apunta Fabrizio Troilo, experto en glaciares de la fundación Montagna Sicura, una organización que monitoriza el comportamiento de todos los glaciares de la zona desde 2013.
En Courmayeur consideran que la alarma desatada es excesiva y critican la visión apocalíptica que se ha dado
Justo debajo del glaciar (la cima está a unos 2.800 metros), varios turnos de guías alpinos se reparten la jornada para controlar los movimientos y escuchar cada crujido del hielo. Cuando un coche pide autorización para entrar desde el otro extremo de la carretera, Niccolò observa con los prismáticos y da luz verde si no detecta ningún desplazamiento. Así empiezan a correr los 58 segundos. “Es fácil verlo y te aseguro que se oye perfectamente”, explica quitando importancia al fenómeno, como la mayoría de entrevistados en la zona. Junto a él, por si acaso, un radar y una cámara de vídeo registran al milímetro la situación. Si los dos sectores principales del glaciar se desprendiesen, podrían provocar una avalancha y vientos de unos 150 kilómetros por hora. Si la parte más alta resbalase también (el sector A), algo muy improbable, caería otro millón de metros cúbicos. “Bueno, eso sí sería un gran problema y habría que evacuar otras zonas”, señala Troilo en su oficina, mientras muestra los mapas de calor de los movimientos del glaciar y las grietas producidas en los últimos meses.
La zozobra bajo un glaciar podría parecerse a la que impone un volcán a sus vecinos. Pero la familia de Sandra Guedoz lleva instalada en la falda del Planpincieux tres generaciones y no ve nada inquietante en ello. ¿”Tú crees que dejaría vivir aquí a mi hija si pensase que va a morir sepultada?”, pregunta con el delantal de servir las mesas. Su abuelo era ganadero y usaba el refugio que hoy han convertido en un bar como establo para la trashumancia de las vacas en su camino a la cima del Mont Blanc, donde el pasto es más fresco. Hoy, en cambio, son monitores de esquí y restauradores, como tanta gente en la zona. “Todo esto nos puede crear problemas comerciales, claro. Aquí al lado ya no han podido abrir esta semana algunos hoteles y un restaurante. El problema es que todo esto sucedió durante la semana del clima, con todo lo de Greta… y luego, claro, lo de Conte”.
El pasado 25 de septiembre, Giuseppe Conte, primer ministro italiano, habló en la Asamblea de la ONU sobre el glaciar y llamó a la movilización. “El Valle de Aosta es un laboratorio del cambio climático”, lanzó el presidente de la región, Antonio Fosson, recogiendo el guante e invitando a todas las autoridades del país a visitarlo. El gesto, un intento por concienciar de los efectos del cambio climático en la semana mundial dedicada a la cuestión, agradó a la comunidad científica. Pero con matices, apuntan en Montagna Sicura y en el Ayuntamiento. Su portavoz criticó «el escenario apocalíptico descrito por algunos medios sobre un glaciar que amenaza con caer sobre Courmayeur». «Es una zona turística, pero no hay casas, solo unos pocos chalés desocupados», se quejó.
Las cicatrices en el Mont Blanc no son nuevas. El Planpincieux estaba unido al glaciar de Rochefort a mediados del siglo XIX. La lengua de hielo procedente de ambas laderas bajaba unida, pero el calor creciente terminó dividiéndolas. La cicatriz es hoy evidente. Y si la temperatura media aumenta, los glaciares seguirán retrocediendo y formándose en cotas más altas, donde el frío los mantenga compactos. Los expertos en la zona no ven grandes motivos de pánico. Otros ejemplares de la zona, todos de mayor dimensión, como el Seracco Whymper o el Gran Croux, presentan situaciones parecidas, señalan. Pero no vive nadie debajo. Marco Vagliasindi es geólogo y concejal del Ayuntamiento de Courmayeur. Su visión es mucho más templada que la del presidente de la región. “La situación está bajo control. Se habían hecho ya hipótesis con el volumen actual”, insiste. Pero la bola de nieve —de hielo en este caso— es ya demasiado grande.