El problema del Barça es la desidia
El síndrome del Liverpool que el Barça sufre en la Champions ha acabado por afectarle también en LaLiga. Acostumbra a ganar en el Camp Nou y a perder o empatar cuando juega fuera, como ocurrió la temporada pasada con el campeón de Europa: a pesar de jugar un gran partido en el ida, superior en muchos momentos a los azulgrana, el equipo inglés salió goleado del estadio (3-0) para acabar remontando en Anfield (4-0).
En casa, con la gente a favor, el Barça aprovecha que el campo es grande y los rivales no dan abasto en la defensa de su área; en cancha contraria, en cambio, son los adversarios los que le han perdido el respeto: le hacen los partidos difíciles, intensos y muy físicos, demasiado pesados para unos jugadores que necesitan estar finos para dar velocidad a la pelota e imponer su técnica.
Y ahora mismo, cuando prácticamente acaba de empezar el curso, los azulgrana todavía no están en forma: la pretemporada y las lesiones les han martirizado y son presa de equipos fuertes como el Athletic, Osasuna y Granada. Los errores individuales también han sido graves: Junior y Vidal fallaron el sábado y Piqué ya acumula cuatro tarjetas en cinco partidos.
Hay por tanto problemas coyunturales que explican la mala clasificación del Barça. Pero también los hay estructurales, sobre todo porque falla la política deportiva, circunstancia que provoca errores en los fichajes. Por ejemplo: todavía no se ha encontrado un sustituto de Alves ni tampoco está muy claro cómo ocupar la plaza de Iniesta.
El equipo no acaba de funcionar y esta sí es una cuestión preocupante porque afecta a todos los futbolistas, y no solo a unos cuantos. Al Barça le falta tensión competitiva, concentración y una mejor comunicación y coordinación en el campo entre sus jugadores. A veces da la sensación de que si no se encuentran a través del pase es porque no hablan y también porque no se entrenan ni preparan bien los partidos.
En cada partido se dan situaciones difíciles de comprender, sobre todo en la defensa de la estrategia –cada córner es un problema—y también en la coordinación de los movimientos ofensivos –a veces parece que Griezmann juegue en el equipo contrario. La sensación es que existe una cierta dejadez o desidia. Hay demasiada autocomplacencia y poca exigencia; no se juega de una forma unitaria ni organizada.
El núcleo principal de la plantilla es tan bueno y experimentado que a veces da a entender que no necesita correr, que tiene los automatismos muy bien aprendidos y que sacará los partidos adelante por su calidad, un plan que confunde a los recién llegados, acostumbrados al rigor. No es improvisación sino que sería inercia, como si se ganara por rutina y no por gusto.
Demasiada autocomplacencia
Hay días en que muchos jugadores juegan sin alma, como si estuvieran saciados, mientras que otros presumen de hambre, una situación que facilita la fractura en el vestuario y la no integración. No hay éxito posible si no se hace grupo y se juega como un equipo, cosa que depende especialmente del entrenador y de los capitanes.
Si están hartos, o cansados de ganar la Liga, estaría bien que se dedicaran a jugar bien, aunque fuese a ratos, y entonces se ganarían el derecho a perder de vez en cuando. Ya se sabe que los resultados del observatorio azulgrana dicen que los socios priorizan “ganarlo todo” al buen fútbol . El problema es que ahora no hacen ni una cosa ni la otra.
Alguien debería ponerle remedio, pero no se sabe quién porque en el club falta autoridad y liderazgo a pesar de la figura de Messi, que acostumbra a reinar en silencio sin excluir la autocrítica, como hizo después de recibir el The Best: “Arrancamos mal, nos cuesta encontrar el juego, generar ocasiones, y sin nada nos generan peligro. Es una cuestión grupal y hay que reaccionar ya”, manifestó después de elogiar a Ansu Fati —“me impresionó desde que le vi entrenar el primer día”.— y admitir que todavía no está en forma: “El otro día me sentí cansado, pesado, falto de ritmo y chispa; hay que ir poco a poco”.
Valverde todavía está montando el equipo este año después de haber sabido encontrar el equilibrio cuando se marchó Neymar y estimularlo la pasada temporada haciendo que los partidos se decidieran en las áreas. Y si no se interviene, en caso que no se facilite la cohesión alrededor de una idea de juego, se corre el riesgo de degradación como ya ha pasado en anteriores ocasiones en el Barça.
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