Los ausentes

No hay que olvidarse de las crueldades que se cometieron en América. Los españoles hicieron un montón de barbaridades, pero tampoco es que hasta entonces hubieran sido ejemplares las conductas de los que ya habitaban allí. De hecho, muchas comunidades encontraron en los recién llegados una bendición que les llegaba desde otro mundo para poder quitarse de encima a quienes los tenían aterrorizados, explotados, masacrados. Rafael Sánchez Ferlosio fue particularmente crítico, cuando se celebraba el quinto centenario del descubrimiento, con cuantos glorifican la conquista sin reparar en sus excesos. En Esas Indias equivocadas ymalditas, explica que hay acontecimientos que no admiten puntos intermedios: “La historia es, por esencia, historia de la dominación; y el modelo de dominación es la batalla; esta, aunque sea pírrica, no tiene cantidad, sino tan solo signo, esto es, carece de cualquier valor ajeno a la estricta alternativa de vencido o vencedor”.

Vencieron los españoles. Cortés tomó Tenochtitlan. Y todo empezó a cambiar. Tras la conquista, vino la colonia. La villa de Potosí (Bolivia) fue el lugar que más riquezas dio a la España que conquistó América. Su gran cronista fue Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, que nació allí en 1674 y que fue construyendo una monumental historia de la ciudad hasta que la muerte interrumpió su trabajo en 1736. Su hijo Diego completó su gran proyecto.

Arzáns es un prodigio a la hora de atrapar los detalles y levanta un imponente fresco de las pasiones y conflictos y desgarros que marcaron la vida de una ciudad repleta de riquezas. La violencia es el pan de cada día, los enfrentamientos son a muerte, débiles muchas veces las respuestas de la autoridad. “Cuajado está de peligros este valle de lágrimas”, apunta al referirse a un enfrentamiento donde relucen las hojas de los cuchillos. En otro lugar señala las habituales “pendencias” entre “peruanos y manchegos de una parte, y andaluces y extremeños de la otra, y los vascongados, navarros y aragoneses con cuadrilla aparte acometían unas veces a los unos y otras veces a los otros, de suerte que todo era derramamiento de sangre”. Igual narra la historia de una mujer “abrasada de terribles celos” que el milagro que hizo “la Madre de Dios de la Candelaria de San Pedro con un devoto suyo”.

Los indios están casi siempre ausentes. No forman parte de la historia más que como personajes secundarios. Son los que trabajan en las minas en las peores condiciones, los que sirven en las haciendas, los reclutados para batallar en las grescas entre distintos señores. En un momento, Arzáns habla de la coca y dice: “Es una hierba tan apetecida de los indios y mineros para el trabajo del Cerro que no pueden o no quieren entrar en las minas sin tomarla, porque según ellos dicen tiene virtud de aumentar las fuerzas, quitar el sueño y el hambre mientras se tuviese en la boca, y otras propiedades que le aplican, siendo a mi parecer más tomada por costumbre y vicio que por tales virtudes”. Habla de ellos con distancia, y fue de sus defensores, no los conoce muy bien.

Era otro mundo, otras gentes, otros poderes, otras reglas de juego. Ahora, como presidente de México, Andrés Manuel López Obrador puede realizar políticas que saquen a las comunidades indígenas de su país de la marginación y el abandono. La petición que le ha hecho al Rey de España de que pida perdón por los abusos de la conquista tiene algo de tirar balones fuera. Y un peligro: el de introducir el veneno de la discordia entre dos países que tan bien escenificaron su cercanía cuando México abrió sus puertas a los exiliados de una terrible Guerra Civil.

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