El trato injusto a las jóvenes promesas
Mi padre debutó en el Ajax a los 17 años y ya entonces era un sabelotodo. Capaz de decirles a jugadores de 32 años cómo se tenían que colocar en las jugadas de posesión. Tenía un carácter mandón y una seguridad impropia de esa edad, también prematuro en la comprensión de conceptos tácticos, de ángulos y posicionamiento. Los veteranos le miraban con incredulidad: “¡Este de qué va! ¡Acaba de llegar y ya nos está diciendo lo que hay que hacer!”. Pero rápidamente lo aceptaron, vieron que estaban ante un talento innato con potencial de estrella mundial.
Como entrenador, también fue valiente para dar oportunidades a los jóvenes. No le temblaba el pulso para lanzarlos al primer equipo y, si la cosa salía mal, asumir la responsabilidad total, como debe hacer un técnico. Pero también se encargaba de bajarlos de la nube tras un debut o dos partidos brillantes, enviándoles al filial en las dos siguientes jornadas. Fue mi caso. “A ver cómo eres ahora que vuelves con compañeros de tu edad”, me retaba. Se fijaba en tu reacción mental, de toma de responsabilidad en el campo y, sobre todo, si reaparecías crecido o arrogante. Y cuando comprobaba que aún mantenías los pies en el suelo, te invitaba de nuevo al primer equipo. Era su modus operandi con las promesas y supone toda una ventaja para que el jugador mantenga minutos en sus piernas, ya sea en el primer equipo o en el filial.
De entrada, me parece una señal positiva que se den oportunidades a Rodrygo y Ansu Fati. Es ilusionante y osado. Pero también hay que entender que son chavales en formación. Hay que esperar, aceptar y entender altibajos. Los errores forman parte de su formación. La cuestión es buscar la forma de protegerles, sobre todo a nivel mediático, cubrirles las espaldas parar evitar que ellos sean el remedio a todos los males, que no se conviertan en punto de apoyo de dependencia del equipo. La clave está en dosificar sus minutos, sin necesidad de convertirlos en titulares por sistema.
Pero no siempre el contexto facilita una adaptación ideal a la élite. De sobra es conocido que en España hay tendencia a la exageración. La exposición mediática no facilita las cosas, en especial enclubes como el Real Madrid y el Barça, sometidos a una evaluación semanal con dependencia absoluta de los resultados. Lo mismo ocurre con los jugadores. Si un chico hace un par de partidos buenos, automáticamente se le eleva a categoría de crack. Pero si atraviesa una mala racha, con la misma contundencia se le baja del pedestal. Resulta inevitable acordarme de Vinícius. Hace un año era la ilusión del madridismo y ahora no han dudado en encontrarle sustituto. No es justo.
Además, hay una obsesión añadida por buscar al futuro Messi o Cristiano, cuando son dos futbolistas únicos que no salen de una chistera cada dos por tres. España está en búsqueda de nuevos jugadores franquicia de su liga. Y teniendo en cuenta la desventaja fiscal con otras grandes competiciones europeas, esta falta de estrellas se hará cada vez más visible. Urge una actuación rápida para arreglar ese problema.
A la hora de tener paciencia con los jóvenes, el Ajax, y en general Holanda, son un buen ejemplo. Es un equipo especializado en la formación y juega a su favor que la liga holandesa no sea tan exigente y que su población es tres veces menor que España. Y esa comparación también se traslada al ruido, mucho más reducido. Porque seamos sinceros: Frenkie De Jong y Matthijs De Ligt ya eran cañones regulares en su equipo a los 17 años, los aficionados sabían que estaban ante dos talentos especiales a pesar de su edad, pero nunca se les ha subido o bajado de un pedestal por capricho. Todo lo contrario. Siempre han gozado de la comprensión adecuada. Algo que resultaría misión imposible en un equipo grande español. Pero también entiendo que las comparaciones son odiosas. España es una estación final, donde sueñan acabar muchos profesionales del fútbol. Y Holanda es un trampolín. Cuanto mayor es el grado de exigencia, mayor es el sometimiento al juicio de la opinión pública.
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