Ignacio Sánchez se siente como en casa entre aerogeneradores. “Da gusto ver cómo dan vueltas”, dice este veterano trabajador del parque eólico La Ventosa, propiedad de la española Iberdrola. Sánchez lleva diez años en el sector y ha visto cómo las granjas de vacas y los campos de maíz perdían terreno ante el empuje de las aspas. Su región, el istmo de Tehuantepec (suroeste de México), fue el punto de entrada de las energías renovables al país a finales de los noventa. Lo que empezó con unas decenas de aerogeneradores es hoy una industria en auge, marcada tanto por las buenas perspectivas de crecimiento como por los problemas de infraestructura y los brotes de oposición social.
Las energías renovables ya producen más del 16% de la electricidad mexicana. El incremento ha sido espectacular desde la aprobación, en 2013, de la reforma energética: en cinco años, la generación eólica casi se ha triplicado y la solar, más lenta en despegar, ha dado un salto sin precedentes en 2017, al aumentar por cinco su producción en solo un año.
Y esto es solo el principio. El Gobierno se ha marcado como objetivo llegar en 2021 al 30% de energías limpias (categoría que cubre a las renovables y a otros tipos como la nuclear), frente al 21% actual. La Asociación Mexicana de Energía Eólica (Amdee) prevé que se triplique la producción de este tipo de energía de aquí a 2024, y Asolmex, su contraparte fotovoltaica, es aún más optimista y espera multiplicar por cuatro la generación en tres años.
El momentum renovable coincide con un lento declive en la producción petrolera. Frente a su decadencia, el sector renovable saca pecho. El 85% del territorio mexicano tiene “condiciones óptimas” para la energía solar, según Héctor Olea, presidente de Asolmex. Su geografía favorable y la construcción de proyectos a gran escala han convertido al país en el productor de la electricidad más barata del mundo, de acuerdo con el precio marginal de la última subasta, celebrada en diciembre pasado.
Pese a la aparente fortaleza del sector, hay voces que llaman a la cautela. La producción de energía limpia podría “quedarse corta” respecto a las metas, según un informe de la patronal mexicana Consejo Coordinador Empresarial (CCE) publicado en octubre, si no se abordan retos como la ampliación de la red de transmisión eléctrica. Este es un punto crucial para la eólica, cuya producción se concentra en el sur y el noreste, lejos de los núcleos urbanos del centro del país, los principales consumidores de electricidad.
La impaciencia es patente: la construcción de la gran línea de interconexión para llevar la electricidad producida en el istmo de Tehuantepec al centro ya se ha retrasado varias veces. “Es fundamental reforzar las líneas saturadas y construir otras nuevas para seguir creciendo”, explica Leopoldo Rodríguez, presidente de Amdee. Para superar el problema de transmisión, el director del Instituto de Energías Renovables de la UNAM, Antonio del Río, aboga por impulsar la generación por medio de pequeñas fuentes en las mismas zonas donde se consume —la llamada generación distribuida— y por desarrollar industrialmente esas regiones para ahorrar así en transporte.
La expansión de la fotovoltaica y de la eólica en las regiones más pobres de México también ha topado con la oposición de algunas comunidades indígenas. El Gobierno está obligado a consultarlas antes de la instalación de una planta, pero esto se hace rápido y mal, según denuncian organizaciones locales. “Las consultas son una herramienta para legitimar el despojo; no es real”, asegura el activista Mario Quintero. Además, mientras las energéticas presumen de la creación de empleo, los habitantes no ven cambios significativos en la factura de la luz o en su nivel de vida.
El cambio de Gobierno ha abierto otra grieta de incertidumbre en el sector. El programa del presidente electo Andrés Manuel López Obrador propone “acelerar” la transición verde. Sin embargo, durante los últimos meses su discurso ha estado dominado por las promesas de relanzar la maltrecha y muy contaminante industria petrolera. “La propuesta era muy clara, pero en la vorágine de declaraciones hay alguna que preocupa”, dice el consultor Severo López-Mestre. “Y una reforma tarda una década en consolidarse”. Existe un cierto temor, pues, a que las renovables queden relegadas a un segundo plano y a que se deshagan algunos de los pilares de la reforma energética. “Si no se respeta el marco regulatorio, la situación de las renovables puede cambiar drásticamente”, advierte Héctor Olea de Asolmex. A corto plazo, las miradas están puestas en la próxima subasta de energía prevista para diciembre, poco después de que tome posesión el nuevo Gobierno.
Centroamérica inclina su balanza hacia las energías limpias
El paisaje metropolitano de Costa Rica tiene desde 2012 un nuevo elemento: las eólicas de Santa Ana, como se conoce popularmente a la planta estatal ubicada al suroeste de la capital, San José. Son 17 torres de 51 metros que mueven sus aspas en total silencio, controladas en remoto, y que generan 34 megavatios en medio de pastizales y terrenos reforestados. Este jueves se veían desde la azotea del edificio principal del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), un país que se ufana de una electricidad casi 100% renovable. El resto de Centroamérica camina algo más rezagada que México y Costa Rica, pero en la misma dirección.
El viento aporta ya el 11% de la electricidad costarricense, el triple que en 2011, y es una muestra más del progreso de las alternativas renovables en Centroamérica, una región equivalente a un cuarto del territorio mexicano que lo tiene todo para la electricidad limpia: volcanes, ríos, montañas ventosas y sol. También dificultades y amenazas, pero en la balanza general siguen perdiendo peso los combustibles fósiles.
Las tres cuartas partes de la energía generada en territorio centroamericano provinieron de fuentes renovables en 2017, según el monitoreo de la Unidad de Energía y Recursos Naturales de la Cepal. Es un récord y demuestra la tendencia clara en esta década en el centro del continente. En 2011 el porcentaje de energía limpia estaba casi 13 puntos por debajo. “Estamos en un momento lúcido”, celebra Mónica Araya, directora de la organización no gubernamental Costa Rica Limpia. “El sector privado ha empezado a ver cómo puede hacer negocio y las nuevas generaciones se han apropiado del lenguaje del medioambiente; ya no es solo un tema de científicos, autoridades o activistas”, explica la economista ambiental.
Las cifras respaldan sus afirmaciones. El 52% de la electricidad de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá provino en 2017 de plantas hidroeléctricas, el doble que las térmicas con petróleo (25%), mientras el viento, el calor de los volcanes y la biomasa rondaron el 6% cada una. La incipiente solar roza ya el 2,7% en los seis países, una cifra que aumenta exponencialmente en Honduras -10%-, gracias a la planta de Nacaome-Valle, una de las más grandes de América Latina.
“No todos los países van al mismo ritmo, pero la dirección es la misma”, indica Irene Cañas, presidenta ejecutiva del ICE, que advierte de que algunos países, como El Salvador y Panamá, están abriendo proyectos de gas natural, mientras Honduras y Nicaragua han tenido que dedicar esfuerzos a tareas más básicas: llevar electricidad (renovable o no) a zonas en las que no había. Costa Rica marca la pauta, pero los desafíos no acaban.
La energía basada en agua, viento y sol resulta vulnerable a las condiciones del tiempo, más aún ante los trastornos climáticos, lo cual dificulta la planificación durante el año. Solo la generación geotérmica está exenta de los vaivenes del clima. Este factor obliga a los países a diversificar y balancear sus tecnologías para evitar desabastecimientos repentinos, con un problema adicional, compartido por México: no todos los gobiernos han invertido suficiente en las líneas de interconexión centroamericana para abastecerse entre sí. Por ejemplo, Costa Rica solo puede exportar el 15% de su potencial de venta, lamenta Cañas.
El mercado eléctrico también está sujeto a las condiciones de la economía en una región políticamente inestable: sin ir más lejos, un proyecto de cooperación en geotermia acaba de quedar truncado por la crisis en Nicaragua. Además, la demanda de electricidad se ha ralentizado arrastrada por cambios industriales, mejoras tecnológicas y una mayor conciencia de ahorro. Entre 2016 y 2017 está creció solo 0,8%, mientras sigue escalando el consumo de hidrocarburos para los vehículos. “Cada país debe encontrar su modelo, pero en general el balance en los últimos cinco años es positivo. Falta, sin embargo, más financiamiento y claridad sobre la necesidad de la digitalización, la descentralización y el rechazo a la propuesta diplomática de Estados Unidos en favor del gas natural, que es como el primo del petróleo”, advierte Araya.