El lugar de Johan
Había dos cosas que a mi padre le encantaban especialmente: hablar de fútbol y ver entrenamientos. Por ese motivo, y aprovechando que me visitó, junto a mi madre, en Tel Aviv, donde por esos días trabajaba como director deportivo del Maccabi, vino a todas las sesiones. Le encantaba acudir, observar y charlar. Además, entonces dirigía al equipo Peter Bosz, un técnico fiel a su estilo de juego. Así que se sentó en un banco mientras yo me ausenté un momento por una pequeña reunión. No habían pasado ni cinco minutos, cuando comprobé de nuevo el ojo especial que tenía para reconocer talentos. Y es que, nada más sentarme a su lado, me señaló rápidamente a los dos jugadores con más toque que destacaban sobre los demás. Realmente, no me sorprendió que hubiera acertado de lleno. Le había bastado muy poco tiempo para conseguirlo, apenas un instante. Aquello fue tan solo unas semanas antes de su fallecimiento, en marzo de 2016.
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El destino quiso que algunos de nuestros últimos momentos juntos antes de su repentina pérdida fueran con el fútbol de por medio. Siempre doy gracias por haber podido tener esa despedida, sin la que me habría sentido algo culpable. Mi padre disfrutó de la vida hasta el final, y nos dejó un legado que tratamos de preservar a través de la Fundación Johan Cruyff. Es más, entre sus últimos deseos, nos pidió que relanzáramos de manera firme y definitiva la colaboración con el F. C. Barcelona para trabajar conjuntamente en los valores humanos y deportivos en los que creía, y nos encargó que la relación entre ambas entidades “fuera la mejor posible”. Tanto es así, que su última firma en vida fue para refrendar el acuerdo. Fue el abrazo final, su última voluntad.
En Tel Aviv disfrutamos de unos días de convivencia, de ir a comer y a pasear mientras salía el fútbol en cualquier conversación. Sobre todo, una de las cuestiones que más le gustaba tratar era la formación. Uno de sus pilares básicos, uno de sus principios inalterables. A él siempre se le recordará por confiar en ella. No en vano, creció en un club experto en esa materia como es el Ajax, líder en un país que ayuda a evolucionar y traspasa a futbolistas a las grandes ligas. Esta filosofía siempre le ha acompañado durante su carrera. De hecho, cuando tomó las riendas del club holandés y del Barcelona, apostó sin dudar por muchos jóvenes.
En el Barça le daba mucha importancia a la cantera, hasta el punto de atreverse con los jugadores de La Masia en el momento adecuado. Dio muchas oportunidades, algo que anteriormente no sucedía con tanta asiduidad. Se fijaba en los chicos que entrenaban en las categorías inferiores, y en todos ellos buscaba las mismas virtudes que pedía en un futbolista profesional. De todas ellas, él destacaba la inteligencia por encima del físico. Y siempre nos recordaba: “El balón va más rápido que las piernas. Así que hay que controlarlo y dominarlo, porque la cabeza es más veloz que la pelota”.
Dejó un estilo como legado. Una manera de ver y comprender el fútbol no solo en el Barcelona, sino en todo el mundo. Por eso le haría mucha ilusión, y será muy especial para nuestra familia, el tributo que va a rendirle el club en los próximos días, con una estatua en el Camp Nou y su nombre y apellido en el nuevo recinto donde actuarán los talentosos jugadores y jugadoras de La Masia y el equipo femenino.
Si a mi padre le hubieran dado a elegir un espacio específico donde recordar su figura en las instalaciones barcelonistas, seguro que hubiera escogido este último escalón. El umbral donde los futbolistas de la casa pasan a convertirse parte del primer equipo. Es el lugar donde se da el paso definitivo. A partir de ahora, será el Estadi Johan Cruyff.
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