La inmigración entre nosotros

El proceso de inmigración a México revela varias cosas. Los primeros comentaristas dijeron que debíamos mantener nuestra tradición. Que así como en el pasado recibimos a españoles, chilenos o argentinos, ahora debemos recibir a los centroamericanos. El ejercicio comparativo es inadecuado. No es lo mismo saber de antemano a quiénes se les dará residencia, que permitir el paso por el territorio nacional. Un segundo grupo de comentaristas criticó al presidente electo por ofrecer seguridad, lo cual fue calificado de un modo facilón de atacar una solución apresurada. El tercer grupo supuso, no sin cierta esperanza, que lo importante era apoyar a la caravana para que llegara al norte. Lo que nos está poniendo enfrente la migración hacia y en México, es más complejo. Tanto que habrá de someter a prueba nuestros valores e instituciones.

Comenzando con las causas, lo que ha expulsado a las personas de Centroamérica no está resuelto ni en vías de serlo. La pobreza, la violencia, la esclavitud o la falta de democracia aumentan. Esos elementos se extendieron a países ubicados más al sur, destacadamente Venezuela, lo que provocará incorporaciones a los flujos. Siguiendo con el objetivo final y por mucho que Trump y sus seguidores vociferen, la salvación se asume con el arribo a los Estados Unidos. En el medio está México. Hasta ahora no como punto de llegada, sino como vía de escape de una realidad tenida como invivible. Estar en una intermedia posición geográfica, plantea retos enormes.

La migración no se limitará a los grupos que ya se están moviendo. Son avanzadas. Asumo que como en otros momentos de la historia y del presente, fijados ciertos objetivos y generadas ciertas prácticas colectivas, habrá incorporaciones sucesivas. Si fuera así, tenemos que hacernos cargo de los migrantes no solo por cortesía o hermandad, sino porque la Constitución garantiza a los habitantes del territorio nacional protección jurídica. Su ausencia propicia responsabilidades nacionales e internacionales. El maltrato por las autoridades o la permisión para que los particulares lo hagan, generará procesos jurídicos hoy y en los años por venir.

Si Estados Unidos cierra su frontera, es previsible que en la nuestra se acumulen personas. También, que muchas no quieran volver a sus países. Esto conllevará que el Estado mexicano tenga que satisfacerles condiciones de vida adecuadas en educación, salud y seguridad pública. Es indispensable pensar en cómo lo afrontaremos. Finalmente, ante la posibilidad de que la migración continúe, no pueda pasar a Estados Unidos y se radique en México, es necesario imaginar escenarios de protección, auxilio e incorporación. Apelar a la tradición nacional no dará de comer a la gente, ni la librará de extorsiones o trata.

Más allá de su verosimilitud, se cree que la migración a Europa ha influido en su debilitamiento. La llegada de muchos ha cuestionado sus ideas fundacionales. La universalidad de los derechos tiene cada vez más detractores. Ahí donde todos cabían, hoy se distingue entre «nosotros» y «ellos». Los ideales democrático-liberales y el Estado de bienestar no resisten bien las presiones. Electoralmente se busca a quien pueda mantener lo propio frente a lo ajeno y desplazar a los extraños. Si desde México no podemos revertir el proceso, ni abrir las fronteras estadounidenses, ni colocar a los que llegan en los amplios y generosos cauces de nuestro orden jurídico, aparecerá la xenofobia. Habrá cuestionamientos a los elementos que hoy, tan vulnerado como se quiera, definen un proyecto basado en la razón. Para saber cómo incorporar a quienes hasta hoy no estaban con nosotros y seguirán llegando, tenemos que dejar de pensar que son meros transeúntes en camino hacia un distante destino. Se trata de personas que se irán quedando entre nosotros. Este es ya un reto del presente.

@JRCossio