“No te vayas hermano, no dejes tu tierra”

«No te vayas hermano, dónde vas a poder comer mejor esos huevos y esos frijoles que tanto te gustan. No dejes tu tierra ni te expongas al hambre y los coyotes. Fuera nadie te está esperando», repite el locutor de un noticiero matinal de la radio hondureña. Desde que por redes sociales se convocó una nueva caravana de migrantes centroamericanos hacia el norte, esta vez sin líderes ni cabezas visibles para evitar detenciones, las radios hondureñas multiplican los mensajes mientras la esperanza de que una nueva marcha se está formando se extiende como la pólvora entre los barrios y pueblos más deprimidos del país centroamericano. Al mismo tiempo, El Salvador, Guatemala, México y Estados Unidos se han puesto en alerta ante la conformación de la nueva caravana.

Bajo el lema: «En Honduras nos matan», la nueva convocatoria propone salir la madrugada del martes desde la catedral de San Pedro Sula, en el norte del país. En caso de que esta falle, ya se promueve otra marcha de migrantes que saldría cinco días después, el 20 de enero, desde Santa Bárbara, localidad contigua a la ciudad hondureña. Pocas veces un rumor había causado tanta inquietud en tantos países de forma simultánea, sin que nadie tenga claro ni el tamaño ni el impacto de una convocatoria que se organiza en Facebook, pero se mueve frenéticamente de boca en boca.

Mientras rugen los motores del autobús de la compañía Maya Oro, los últimos migrantes acomodan las pequeñas mochilas en la parte superior antes de partir. El conductor, Juan Sandoval, se prepara para llevar un nuevo autobús hacia Guatemala, en la frontera con México, con 42 personas a bordo que han pagado menos de 25 euros (700 lempiras) por el viaje. Todos los días salen cinco autobuses como estos en dirección al norte. Llama la atención que aunque algunos se marchan con la esperanza de no volver jamás el maletero del vehículo está vacío porque todas sus pertenencias caben en una mochila de colegio. «El goteo de gente no se ha detenido. Con o sin caravana. Aquí la gente no ha dejado de marcharse para llegar a Estados Unidos», explica en la estación de autobuses de San Pedro Sula este veterano conductor con más de 30 años haciendo la ruta.

A la espera de ver si la nueva caravana logra tomar forma, el anemómetro político se mueve de Cancillería en Cancillería intentando frenar la formación de una tormenta de imprevisibles consecuencias ante la imposibilidad de contener una masa de humana empecinada en llegar al Norte.

El Gobierno mexicano dice que se está preparando para la llegada del grupo. «Una nueva caravana se está formando para entrar en nuestro país a mediados de enero (…) y ya estamos tomando las medidas para garantizar entre de manera segura y ordenada», ha asegurado la secretaria de Gobernación [ministra del Interior] Olga Sánchez Cordero. Según explicó, esta vez se movilizará a cientos de agentes a lo largo de una frontera con más de 370 cruces ilegales, para «controlar la entrada y evitar el ingreso de indocumentados», aunque insinuó que los migrantes que soliciten visas podrán ingresar legalmente al país.

La nueva caravana quiere imitar la marcha de desarrapados que sacudió la región en el mes de octubre, cuando miles de centroamericanos se unieron para caminar en dirección a Estados Unidos huyendo del hambre y la violencia. Cuando la anterior caravana llegó a México, las autoridades cerraron el puente del Suchiate, uno de los principales cruces fronterizos, pero miles de emigrantes tumbaron las puertas y continuaron por el país hasta Tijuana, a casi 3.947 kilómetros de distancia.

Esta vez en México encontrarán un nuevo Gobierno, el de Andrés Manuel López Obrador, que ha prometido empleos y servicios sociales a los centroamericanos que ingresen de forma ordenada y por los puntos oficiales de la frontera, dos ideas que ligan mal con una multitud que se caracteriza por desbordar fronteras y desconocer garitas, funcionarios y pasaportes.

«Las puertas de México están abiertas para cualquiera que quiera ingresar de forma ordenada (…) pero quien quiera meterse de manera ilegal será deportado», dijo la semana pasada Tonatiuh Guillén, jefe de Migración de México, quien viajó aceleradamente a El Salvador y Honduras para coordinarse con sus homólogos. También está en alerta el Alto Comisionado de las Naciones Unidas de Ayuda a Refugiados (Acnur), quien confirmó que aunque «no hay certidumbre sobre la magnitud» de esta nueva caravana colaborará en la asistencia humanitaria.

La convocatoria de esta nueva caravana era un secreto que se movía exclusivamente en redes sociales, pero que el presidente de EE UU, Donald Trump, se encargó de publicitar con un tuit en el que amenazaba a Guatemala, Honduras y El Salvador con cortar las ayudas si no impedían la formación de «la caravana más grande nunca antes vista».

Sin embargo, la tarea no es fácil. Aunque el Gobierno de Honduras persigue a los presuntos organizadores con amenazas de cárcel, este no puede impedir la concentración pública de miles de personas en San Pedro Sula ni su posterior tránsito por los países de Centroamérica, donde un acuerdo entre los países del Triángulo Norte les permite moverse sin necesidad de documentos.

Desde que hace un mes miles hondureños se pusieron de acuerdo para caminar juntos a plena luz del día hacia el Norte, el fenómeno cambió el rostro de la migración y alteró las relaciones entre cinco países. A finales de octubre una caravana con más de 5.000 personas salió también de San Pedro Sula, en Honduras. Pocos días después salió otra de 2.000 personas de El Salvador y acto seguido, otra más. A mediados del mes de noviembre, llegó a haber hasta cuatro caravanas recorriendo México de forma simultánea y todas ellas se dieron con un muro, el que separa Tijuana de San Diego.

Entre muchos hondureños se ha extendido la idea de que todos los que salieron están ya del otro lado. Medio planeta mostró como salieron de su país pero muy pocos que tuvieron que regresar. Casi dos meses después, de los casi los 10.000 migrantes que pretendían llegar al norte, menos de 3.000 continúan en la ciudad fronteriza, explica a este diario desde Tijuana Irineo Mújica, coordinador de la organización de Pueblo Sin Fronteras que acompañó la caravana

El resto, la mayoría, han pedido la repatriación voluntaria a su país. Otros pocos llegaron a Estados Unidos y otros más se dispersaron por la frontera hacia zonas menos vigiladas. Solo unos pocos se quedaron en alguno de los municipios de México por los que pasó la marcha. Una tendencia que podría cambiar esta vez, ante la puesta en marcha de varios megaproyectos de infraestructura en el sur de México, que requerirán de miles de trabajadores.