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Así fue el día de la Batalla del Pichincha en 1822

Batalla de Pichincha 1822. El historiador Lawrence Freedman empieza su enorme libro sobre estrategia militar con una frase de Mike Tyson: “Todo el mundo tiene un plan hasta que le golpean en la cara”. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en el WhatsApp.

Aunque en la batalla de Pichincha 1822 se enfrentaron los ejércitos de dos grandes estrategas militares, nada salió de acuerdo a ningún plan y los golpes a la cara eran a muerte.

La emoción debía ser contenida. Quiteñas y quiteños habían vivido doce años de sobresaltos, esperanzas y momentos de terror. La polarización afectaba a toda la sociedad, que se dividía entre quienes querían seguir siendo súbditos y quienes deseaban algo nuevo, y quizás mejor.

Lo que el historiador Carlos Landazuri corrobora es que, a las tres de la tarde del 24 de mayo, la gente sabía que Aymerich había sido derrotado. Esa victoria independentista terminaba con casi 300 años de dominación española en el territorio y abría la puerta a algo nuevo y desconocido.

La Independencia, un producto de importación

La batalla de Pichincha 1822 fue, hasta ese momento, el enfrentamiento más internacional de la Independencia. El ejército de Sucre estaba conformado por venezolanos, granadinos, ingleses, irlandeses, argentinos, chilenos, peruanos, bolivianos, españoles y ecuatorianos de otras regiones, sobre todo Guayaquil.

El escritor venezolano José Luis Salcedo Bastardo dice que la batalla fue una prueba de “positivo americanismo”. Es casi seguro que sin el acuerdo entre Bolívar y San Martín, que luchaba en el cono sur del continente, la historia sería otra.

La División Protectora arrancó con fuerza y en casi un mes estaba en Huachi, a las puertas de Ambato. Allí fueron recibidos por unos mil veteranos realistas enviados desde Quito. La independencia se frenó con fuerza.

Mientras, en Guayaquil, la diplomacia se jugaba el futuro del puerto. El Perú, que aún no se independizaba, y la gran Colombia tenían sus propios intereses. Bolívar fue el más preocupado y envió a uno de sus mejores generales: Antonio José de Sucre. El Libertador habría ido en persona pero la realista ciudad de Pasto parecía invencible.

La segunda derrota de Huachi

Sucre llegó a Guayaquil con armas y unos 700 soldados. El impulso renovador de los independentistas llegó hasta el mismo lugar: Huachi, en las afueras de Ambato.

En esta ocasión, los realistas estaban comandados por Melchor Aymerich, que debió sentir gusto al enterarse, o ver, que el caballo de Sucre murió en la batalla y que el Mariscal casi corre con la misma suerte.

El mariscal Sucre logró a través de la diplomacia lo que no podían las armas. Le pidió ayuda a San Martín, a pesar de la tensión que existía entre el Perú y la Gran Colombia. San Martin accedió y, aunque seguía en su propia guerra contra España, envió refuerzos para liberar a Quito.

Los planes frustrados de Sucre

El ejército del español Aymerich había hecho un buen trabajo fortificando el sur de Quito. Según Carlos Landázuri, si Sucre entraba por ahí, la matanza hubiera sido terrible. Por este motivo, decidió tomar la ciudad por el norte.

El plan de Sucre era entrar a Quito por la Alameda, que suponía menos fortificada. Si el norte de la ciudad también era infranqueable, subiría hasta Pasto para ayudar a Bolívar y, de esa forma unir todas las fuerzas grancolombianas en un ataque que, con o sin fortificaciones, vencería en Quito.

El otro lado de la lámina

Al día siguiente se firmó la capitulación y cayeron los últimos baluartes españoles en la ciudad. Un famoso óleo llamado El armisticio de la Batalla del Pichincha muestra a Sucre sentado frente a su enemigo, Melchor Aymerich. El prócer tiene la frente brillante mientras su enemigo frunce el ceño con decepción.

La reproducción del óleo circula en la prensa, el internet y es la portada de uno de los libros de historia más importante del Ecuador. Por lo general, se dice que fue pintado por Antonio Salas en 1882. El cuadro recuerda las láminas que hasta hace algunos años todos los estudiantes escolares debían comprar y recortar.

El falsificador copió un cuadro peruano de 1920. Las láminas, al igual que la historia, siempre tienen una parte que no se ve a simple vista y que es necesario reconocer.